lunes, 8 de julio de 2013

LA VEROSIMILITUD EN UN POETA DE VISLUMBRE SOMBRÍO



Por Leonardo Parrini

Siempre que asisto a un recital de poesía, una exposición de pintura o una performance musical en mi condición de periodista, me siento impelido por la tentación de buscar el rasgo de verdad en todo aquello. Sera esto porque, acostumbrado o desacostumbrado, a asistir a montajes de distinta índole y tener que contar lo que se ve, hay ya como un instinto agudizado de husmear lo real de aquello que no lo es. Desde las ubicuas parafernalias del poder, hasta las sencillas representaciones pueblerinas con virgencitas y arcángeles rurales. Todo aquello adviene en un simbolismo nada distinto de las representaciones artísticas que vemos en los mass media, en el Internet o los montajes escenográficos de los performances cotidianos.
Claro que este sencillo y significativo evento de relanzamiento de la segunda edición del poemario de Juan Secaira No es dicha, dista en su forma, de ser un montaje para convertirse en un encuentro entre amigos del poeta y de la poesía. Pero esta historia de hoy además es distinta, porque no he venido en mi condición de periodista, sino de presentador invitado para reflexionar ante ustedes acerca de los versos de Secaira y su verisimilitud.

¿Acaso existe una poesía que no es verdadera, dirán ustedes?
Y me atrevo a responder, provocadoramente, que sí; y es más, que hay un arte cuyo gesto es inverosímil. Que me atrevo a sugerir que ese arte y esa poesía, que es un ejercicio de observancia, y registro, precisamente, no permiten al autor dar consigo mismo, ni dar cuenta en toda magnitud de su condición más íntima o de su circundante realidad.

Porque compartimos la idea con Baudrillard que “vivimos en un mundo de simulación, en un mundo donde la más alta función del signo consiste en hacer desaparecer la realidad y enmascarar al mismo tiempo esa desaparición. El arte no hace otra cosa”.
Recordemos por ejemplo la frase de Platón: «Los poetas mienten». Sin embargo, Platón es quizás el más poeta de todos los filósofos.

 ¿Quiere decir esto que el arte y, en particular la poesía, es un gesto inverosímil, improbable?
Diríamos con Baudrillard, detrás de la orgía de las imágenes cada cosa se oculta. El mundo se disfraza detrás de la profusión de las imágenes, como otra forma de ilusión.
Vivimos en un mundo del simulacro de figuraciones elegantes y mentiras impostoras. Un espectro virtual que invade todos los aspectos de la vida real en el que el quehacer humano es reemplazado por un acto de sustitución. La soledad es el espacio que aflige a muchos seres en la orfandad de un mundo absurdo que ya no encuentra respuestas válidas a sus angustias.

¿Pero si la poesía es oficio de la observancia, del andar avizorando, cómo puede extraviar en el camino su misión dadora de sentido cardinal a las cosas circundantes?
El primer rasgo poético que se advierte en los versos de Secaira es, precisamente, su poder de permitirle dar consigo mismo. Una suerte de encuentro eidético, esencial, del poeta con sus sustancias más verdaderas. Y es que este poeta trabaja con materiales nobles, por auténticos. Y entre ellos subyace, como un magma en ascenso, la desdicha, el extrañamiento existencial ante un mundo contrahecho, cual vértigo sartreano que llama a regurgitar angustias y sinrazones.

Desde que Paul Nizan, otro sartreano por antonomasia, dejara escrita su amarga sentencia juvenil han pasado algunos lustros: Yo tenía 20 años y no permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de esta vida. Todo amenaza a un joven con la ruina: el amor, las ideas, la pérdida de su familia, su entrada al mundo de los adultos.

A poco hurgar se advierte que la historia se repite como tragedia con algunas variantes.
Nizan aludía, no sólo a una rebeldía sobre un momento histórico, sino a una rebeldía existencial.
Secaira alude al vestigio que nos deja la desdicha: el dolor es un ancla, no metáfora de la maldición, dice.
El no categórico y abstracto de Nizan se ha llenado de sentidos concretos: hoy el capitalismo ya no es el reino promisorio, es una ideología y un sistema económico que muestra hoy su entraña más feroz y, al mismo tiempo, más encubierta en la posmodernidad.

Ya no hay patria ni ciudad / ni nada cobijando miedos / reírse luego escupir/ inventar bromas
Frente a este sistema social de simulaciones y realidades encubiertas, la poesía no es la simple amonestación de un acto de fe. Se trata de fomentar y de apoyar determinadas acciones políticas de transformación social y cultural.
Sin embargo, coincido con Baudrillard que insiste en que la tarea del arte y del pensamiento radical es la de hacer el mundo todavía más ininteligible. Hay que devolver las cosas centuplicadas: eso es el intercambio simbólico. Hay que devolver más de lo que hemos recibido. Hemos recibido un mundo ininteligible, tenemos que volverlo más ininteligible todavía.
Si esa es la obsesión por forzar la realidad, ¿Qué queda entonces a la poesía de un poeta como Secaira?
Pues le resta el desafío de lo real, de inventar otro mundo, otra escena. Una radical afirmación de Canetti -cito a Baudrillard- cuando habla del fin de la historia, alude a que hemos pasado la línea de lo verdadero y falso, donde ya no hay reglas del juego, continuamos una especie de desconstrucción. Algo similar ocurre con la poesía.

Esta noche estamos, precisamente, frente a la tentativa de husmear en la creación poética de Secaira y vislumbrar si se recuperan dos condiciones claves del arte: la seducción de lo sensible y el sentido.
Ya se nos dijo que el arte no es nunca un reflejo mecánico de las condiciones positivas o negativas del mundo, es la ilusión exacerbada, es su espejo hiperbólico.
Si la poesía explora la insignificancia del mundo y por medio de sus imágenes contribuye al sentido de ese mundo; en esa búsqueda reduce las cosas a la abstracción. El arte, en su conjunto, puede no ser otra cosa que el metalenguaje de la banalidad.

Cuando el neofigurativista Carlos Rosero pinta sus figuras esperpénticas, me recuerda los versos de Secaira; seres extraviados en una ciudad sin coordenadas concretas, que puede ser toda ciudad de este mundo en que el extravío es la constante.

La cerveza viene y va junto con las miradas / cuerpos caminando por inercia voces transando/
Siempre transando / Todo puede ser transado hasta la fantasía más bizarra /
La música embala a los clientes / mueven la cabeza superiores / delfines, lobos, camaleones/
Fingir. Segundo verbo más conjugado de este lugar.

La enajenación es la forma del simulacro, porque no es dicha vivir ese universo de productos prefabricados, artefactos, signos y mercancías, donde las cosas ejercen una función artificial e irónica por su propia existencia.

Todos estos artefactos, objetos e imágenes artificiales ejercen sobre nosotros una forma de deslumbramiento fatuo por la fascinación de los simulacros. Es en ese espacio yermo que la poesía de Secaira nos devuelve la dicha, la dicha de la lucidez que se pregunta ¿dónde se ha ido la constelación del sentido? Aquí en estos versos de No es dicha, tampoco hay un embustero integrado a la bufonería de la mercancía y su puesta en escena.
Inhalar ausencias derramadas por otros, para qué / Esa no es la idea /
Desnudo en el desván machaco mis odios.

En esta superproducción de posmodernidad en la que todos actuamos, en la que cae en descrédito todo ideal de futuro y la temporalidad histórica se repliega sobre el presente, la poesía de Secaira restaura el valor simbólico y trascendente de las cosas circundantes, es decir vuelve al leitmotiv poético de seducirnos en lo sensible y retribuirnos el sentido de los elementos.

¿Es la suya una poesía de adornos hiperbólicos?
No, eso no es posible en sus versos. Por eso el Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade, año 2012, cayó en buenas manos y en buena lengua. Palabra necesaria la suya, de versos encontrados a la vuelta de una vivencia cotidiana.

El estampido nos movió / las ventanas se vistieron de sangre / cunetazo limpio sordo /
Yo tres años de edad con el presente roto camino carretea abajo / cadáveres: del único tren de la memoria / en la humareda unas manos me recogen me vuelven a mi sitio /
Palabras extraviadas confusión del desastre el verbo sobra cáliz letal accidente/
La posibilidad de un comienzo.

Poesía evocativa y provocativa de añoranzas y pretéritos perfectos, en que el pasado no regresa anclado a un mero registro de la memoria, sino que iza velámenes para emprender una travesía existencial que no está exenta de dolores y desdichas.

Recreada la imagen a partir de la vivencia, ésta se hace poesía claroscura, vislumbre sombrío, dialéctica de contrarios, que recrea la poética de Secaira, escrita en un muro en penumbras donde cuelgan versos de un poeta dolido por un pasado que se escabulle y escamotea la dicha de un presente de añoranzas urgentes.
Por lo menos he llegado lejos en la vida / conozco mis miedos / me sobrepasan
Dijimos hace un tiempo, a propósito del recital Seis poetas Seis voces, donde Secaira dejó oír la suya: “Asistir a un recital colectivo de poesía en un mundo de comunicaciones virtuales, discursos parafrásticos y simulaciones electrónicas es, en definitiva, una tentativa que bordea la más flagrante utopía. Significa volver a recobrar la fe en la palabra que busca la emoción, como condición poética esencial.” Y no nos equivocamos.

La palabra poética de Secaira nos devuelve, por antonomasia, la fe en lo real, sin simulacros. Lo reiteramos una vez más: Juan Secaira, poeta del desencanto, el descrédito de lo circundante es lo suyo: Encontrar la belleza en eso que dicen fealdad. ¿Un antipoeta, que acorrala al verso en su propia antítesis? Como un calambre fue la felicidad / Imprevista reacción del espíritu ante la eventualidad del diario vivir. Su poesía es la de un vaticinador de antípodas de aquello que no llega a ser: La vida nos lleva / Víctimas no somos / Solo extraños. Y así vaticina: Nadie más tocará nuestra sangrante belleza enajenada, violada y dispuesta a escabullirse.

¡Vaya oficio de hurgar y evocar en las densidades del ser aquello que no fue o será! Aspiración dual de un ser y no ser que trae consigo esta poesía inhóspita que no se deja habitar fácil por las emociones del lector, porque está ahí como un presagio, un designio, una verdad largamente fermentada en la encimas del alma atribulada del poeta. En semejante trance la poética de Secaira es conmoción y emoción, como diría Ezra Pound.

Cuando el jurado otorga un premio, se hace eco de las resonancias de un poeta y asume la responsabilidad de entregárnoslo entero, en sus aciertos y desaciertos. En esa medida, el libro No es dicha, galardonado en justa lid, no es una obra premeditada, no es un fruto perfecto, sino un soplo esencial de vida que intenta persuadirnos de que la poesía es la búsqueda de una emoción a través de la palabra.

La poética de Juan Secaira en su libro No es dicha, vislumbra con certeza el otro lado de aquello que no es dicha. Insinuante tentativa que, por contraste, nos remite a un mundo de plenitudes, añorado como una ausencia. Sugestiva promesa trae consigo el instante poético de No es dicha:
la esperanza gesto desapercibido que vuela, como atisba Juan Secaira.

Este poeta itinerante, de vislumbre sombrío que es Juan Secaira, en su segunda edición de No es dicha, que pongo a consideración de ustedes, nos remite a un reencuentro con una poesía necesaria y de servicio público. Nunca un gesto privado tiene tanta significancia colectiva que cuando quien lo ejecuta tiene una clara vocación de servir. ¿Para qué sirve la poética de Juan Secaira? Pues para alumbrar y vislumbrar el camino, para destellar entre vericuetos de un mundo absurdo que habitamos definitivamente solos; lo dicen sus propios versos:

Como si vivir fuera contener la sangre hasta que a borbotones explote.


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