jueves, 28 de abril de 2022

Tengo miedo torero

 


En medio de la vorágine social del momento, de la violencia atroz, la desigualdad, la ignomia y la prepotencia de la dictadura pinochetista; en ese marco de convulsión y violencia, se gesta una historia de amor que, como todas las historias verdaderas, se manifiesta con su propia potencia; no obstante, es un amor imposible, y, por eso mismo, intenso y libre.

El punto más fuerte del relato es la puntillosa descripción de detalles, que yuxtaponiéndolos crean un muestrario de la época, los años ochenta.

Pinochet luce cansado, huyendo con su indiferencia del acoso de su esposa, despreciando a un cadete porque lo ve con gestos amanerados y, sin más, lo expulsa de la milicia en un acto cruel y de suma injusticia. Y esas acciones conllevan a que se vea sumido en pesadillas que lo atormentan y acaban por conferirle un rictus avinagrado y desagradable. Todo lo que lo rodea representa la muerte, la maldad, la ignorancia, en contraste con los protagonistas, que, desde su origen humilde, dan la verdadera lucha cada día.

El final deja entrever que La Loca del Frente y Carlos saben lo que siente el otro, pero que la circunstancia perdurará en la imposibilidad de llevarla a término.

Una característica original de la novela es el manejo del lenguaje, no por nada Roberto Bolaño afirmó que Lemebel era el mejor poeta de su generación. Un lenguaje oral, con un discurso sin pausas, con diálogos que dicen, pero también ocultan, con un velo que recorre la novela y convierte sus capítulos en impredecibles; con una prosa trabajada y poderosa.

Porque la vida es así, compleja, caótica y plural.

“Amores de folletín, de panfleto arrugado, amores perdidos, rastrojeados en la guaracha plañidera del maricón solo, el maricón hambriento de besos brujos, el maricón drogado por el tacto imaginario de una mano volantín rozando el cielo turbio de su carne, el maricón infinitamente preso por la lepra coliflora de su jaula...” (p. 30).