En
medio de la vorágine social del momento, de la violencia atroz, la desigualdad,
la ignomia y la prepotencia de la dictadura pinochetista; en ese marco de
convulsión y violencia, se gesta una historia de amor que, como todas las
historias verdaderas, se manifiesta con su propia potencia; no obstante, es un
amor imposible, y, por eso mismo, intenso y libre.
El
punto más fuerte del relato es la puntillosa descripción de detalles, que
yuxtaponiéndolos crean un muestrario de la época, los años ochenta.
Pinochet
luce cansado, huyendo con su indiferencia del acoso de su esposa, despreciando
a un cadete porque lo ve con gestos amanerados y, sin más, lo expulsa de la
milicia en un acto cruel y de suma injusticia. Y esas acciones conllevan a que
se vea sumido en pesadillas que lo atormentan y acaban por conferirle un rictus
avinagrado y desagradable. Todo lo que lo rodea representa la muerte, la maldad,
la ignorancia, en contraste con los protagonistas, que, desde su origen
humilde, dan la verdadera lucha cada día.
El
final deja entrever que La Loca del Frente y Carlos
saben lo que siente el otro, pero que la circunstancia perdurará en la
imposibilidad de llevarla a término.
Una
característica original de la novela es el manejo del lenguaje, no por nada
Roberto Bolaño afirmó que Lemebel era el mejor poeta de su generación. Un
lenguaje oral, con un discurso sin pausas, con diálogos que dicen, pero también
ocultan, con un velo que recorre la novela y convierte sus capítulos en
impredecibles; con una prosa trabajada y poderosa.
Porque
la vida es así, compleja, caótica y plural.
“Amores
de folletín, de panfleto arrugado, amores perdidos, rastrojeados en la guaracha
plañidera del maricón solo, el maricón hambriento de besos brujos, el maricón
drogado por el tacto imaginario de una mano volantín rozando el cielo turbio de
su carne, el maricón infinitamente preso por la lepra coliflora de su jaula...”
(p. 30).