martes, 28 de abril de 2015

Zambullirse en la ‘Ribera de Cristal’

Por Damián de la Torre


Antes de sumergirse en una obra, de leerla, de interaccionar con ella, es necesario, por lo menos para mí, tratar de acercarme a su autor. ¿Qué decir de Juan Secaira Velástegui? Jugando un poco con los títulos de sus poemarios, podría decirse, tal vez, que es un Sujeto de ida que ha concebido una poesía tan tierna como violenta, tan lúcida como delirante, que sana pero que contagia a la vez, sobre todo cuando el poeta nos salpica con el fluido que emana desde su Ribera de Cristal. Un poeta que, una vez leído, nos enseña que No es dicha el que nos privemos de leerlo.

Ribera de Cristal. Ya desde el título el poeta evoca a la fragilidad, pero entiéndase a ésta no como pura blandura o inconsistencia, sino como la toma de consciencia de que la palabra no es una especie en peligro de extensión. ¿O acaso la poesía no es la construcción y la destrucción del lenguaje? Esta inquisición es lo que nos planteará no solo en este poemario Secaira, sino en toda su obra. Una interrogante que sacude, trasgresora, que a ratos llega como un puñetazo capaz de no conformarse en partirnos la mandíbula, sino también el alma: “Dios es la poesía donde se extraña el reino./ La poesía es el reino donde se extraña a dios” (Travesía). Pero que también llega como una caricia, con tacto inconmensurable: “Tarde cuando la hija toma la mano del padre/ para así demostrarle su afecto en silencio y risas” (Triste).

Ribera de Cristal se divide en cuatro partes, las mismas que se constituyen en una unidad metafórica del devenir del ciclo vital: nacer, crecer, reproducirse… ¿Y la muerte? La muerte es una sombra que convive cada día con nosotros, una hoz que se extiende en nuestros pies cual espuelas y que nos acompaña en cada paso que damos, dejando una huella tan patética como irónica: “A diferencia de otros poemas en este/ primero muere el hijo./Riberas de cristal./ Decir ejemplo es poco/ decir manos extendidas algarabía apoyo amor/aprender de él a vivir con pasión lo propio sin/ demagogia ni recetas baratas”. (Ribera de Cristal).

Secaira parte del origen y el origen se representa con el padre, imagen primigenia que forjará un eslabón donde la risa se funde con el llanto, donde los suspiros le toman la posta a la risa, donde la enfermedad es tratada con dignidad y sin victimizaciones. El poeta, sin encasillarse en la poesía mística, dará un protagonismo a Dios en sus versos, justamente, para robustecer esa idea de origen, que se bambolea entre la duda y la fe. En enero de este año, mientras conversaba con Juan, él me expresó: “Imagina a un doctor que no puede curarle al hijo. Esa es la relación entre mi padre y yo, pero no lo pongo como un drama: la poesía trasciende a uno mismo”. Estas palabras cobran sentido desde la primera página del poemario, donde el poeta nos enfrenta con la trascendencia de su poesía: “Padre jamás ha probado un trago/ me los dejó todos a mí/ girando/ en la memoria de una deidad irónica./ Padre/ intentó curarme/ desde el principio/ estoy enfermo también de poesía”.

Después aparecerá el hijo como una contraposición de equilibrio. Un salto donde lo íntimo florece hacia el exterior, donde la memoria se manifiesta sin reservas gracias a la mirada aguda de Secaira, a su observación profunda que permite que la palabra se convierta en un espejo, en una ribera cristalina, donde podemos acercar nuestro rostro para reconocernos. Secaira nos regala la posibilidad de la alteridad debido a que nos enfrenta con lo cotidiano, territorio donde emergen esas interrogantes que sacuden habitualmente nuestro pensamiento para enfrentarnos con nosotros mismo y la otredad. Muestra de esto es su poema Escuela, que dedica a su hijo Juan Alexander y con el que inicia la segunda parte de su libro: “La escuela de mi hijo es enorme y bulliciosa/ no sé qué hago ahí./ Sus amigos juegan con mi barba con mi cabello/ hacen preguntas./ Intento responder./ Huyo./ En la tarde mi hijo/ me dice que le he caído bien a sus amigos/ han dicho que sus padres no son como yo/ ni siquiera intento pensar si eso es un halago/ o qué/ trato de ponerme de pie/ es suficiente”.

El equilibrio sigue emergiendo y se consolida una vez que, sobre la balanza de la palabra, se coloca al fuego y al agua, dos elementos contrarios pero que, como el propio Juan señala, purifican. Sus hijas, sus gemelas, Laura y Cristel, son sus musas también y continuarán soldando la cadena poética que Secaira propone. Fuego: “Conmueve el hecho de la vida/ de saberla franca y gozando sus días./ Hay descontrol oculto en esa experiencia./ Lápices de colores pasos de baile y una voz/ cantando./ Acercarse a la posibilidad porque de la muerte no se puede escribir sin caer en suposiciones./ Sin embargo algo brilla donde la luz se une con el/ último escalón”. Agua: “La finitud es como un hilo imposible de cortar/ sin el permiso de alguien./ Una autoridad revierte lo dicho y lo hecho/ los transforma en olvido./ Ninguna naturaleza dispuesta a rocas y hastíos/ será considerada ni prendada./ Desde el momento del primer suspiro/ batas blancas premura del ser/ ya los cortes estaban dados y otorgados/ ya los ojos eran propiedad de una mirada”.

Querido Juan, como ya lo expuse en otro texto luego de conversar contigo acerca de tu obra, una neuritis te declaró la guerra y has perdido ‘batallas’ en las canchas de fútbol, entre las redes del vóley y en las piscinas: el dolor no le da tregua al exceso físico. Pero por suerte, la guerra frente al vacío de una página en blanco –que es mucho más fuerte- no la perdiste. Con papel y lápiz en mano trabajas duro para disparar versos que nos atraviesan y que se incrustan con fuerza en quien te lee. Sé que crees en el azar, yo también. Porque una mañana cayó en mis manos tu poemario No es dicha, y desde ahí he tenido la dicha de conocerte. Espero que el público se anime a dialogar contigo y que no solo camine por la Ribera de Cristal, sino que se zambulla por completo en tu palabra.

                                 Damián de la Torre leyendo, yo escuchando agradecido, Bibliorecreo, 25 de abril de 2015, maravilloso público, inolvidable tarde.



lunes, 9 de febrero de 2015

Diario La Hora, Ribera de cristal

DIARIO LA HORA ARTES & CULTURA

Protagonista
‘Eso de las etiquetas me molesta’        

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 Domingo, 8 de Febrero de 2015


POETA. Durante la charla en un parque de La Mariscal, en Quito.



Divisando la ‘Ribera de cristal’



Una neuritis le declaró la guerra a Juan Secaira Velástegui. El escritor quiteño se ha perdido ‘batallas’ en las canchas de fútbol, entre las redes del vóley y en las piscinas: el dolor no le permite excederse físicamente.

Por suerte, la guerra de la palabra –que es mucho más fuerte- no la perdió. Secaira, con papel y lápiz en mano, trabajó siempre en sus versos. Dice que ahora se dará un descanso, pero eso lo hace luego de presentar un nuevo poemario.

Se trata de ‘Ribera de cristal’, un libro tan violento como tierno. Sobre esta reciente obra, que fue publicada por Ediciones de Pandora (Tampa, EE. UU.), el poeta conversó con Revista Artes.


“Estoy enfermo también de poesía”, dice un verso de ‘Padre’, poema con que arranca el libro. ¿Para qué sanar de tremendo mal?

La poesía es una construcción y una destrucción del lenguaje. No se trata de caer en un artificio. Tengo un problema con las referencias, me gusta que no sean tan evidentes en los poemas; obviamente, las referencias están, pero no me agrada eso de etiquetar. Muchos están esclavizados por la dictadura del conocimiento y en el encasillar. No busco hacer un manual con el poemario. La gente se queda con el tema y no con el lenguaje. El que se encuentren con ‘Padre’, antes de cualquier prólogo, permite que el lector se acerque y vaya sacando sus conclusiones. A veces unas palabras preliminares sesgan y te matan antes de vivir. Ni siquiera te dan tiempo para enfermarte.


Juan Secaira Velástegui
Escritor ecuatoriano (Quito, 1971).

Ha publicado el ensayo ‘Obsesiones urbanas’, sobre la obra narrativa de Humberto Salvador, y los poemarios ‘Construcción del vacío’, mención especial del Premio Ángel Miguel Pozanco; ‘No es dicha’, Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade y ‘Sujeto de ida’.





En su poesía hay momentos de lucidez, otros de enfermedad, pero la mayoría rinden un tributo a la memoria. Esto da fortaleza a una visión que trata de realzar a lo que vendrá…

Con este libro me arriesgué hasta en dividirlo en cuatro partes y estos periodos que señalas están presentes. Parto del origen, del padre, quien aparece de forma continua, y puede vérsele como el dador del lenguaje. Lo contrapongo con el hijo, quien aparece en la segunda parte. Y, efectivamente, hay esa idea de lo que va naciendo. Ahí es donde aparecen mis hijas, que son mellizas, y por eso arranco las dos últimas partes con elementos como agua y fuego, algo con más calma y mayor energía, pero curiosamente los dos elementos purifican.

¿Considera que es su obra más madura hasta el momento?

Me parece que aquí estoy más sólido, mucho más riguroso, aunque sin dejar lo vital: el azar. Hay en mí un deseo de intercambio, de una comunión con el lector. En los otros libros me escondía un poco, en este pienso que me ha servido para salir más de mí mismo.

¿Cómo se camina por la ‘Ribera de cristal’?

Imagina a un doctor que no puede curarle al hijo. Esa es la relación entre mi padre y yo, pero no lo pongo como un drama. La poesía trasciende a uno mismo. Muchas veces te leen y se hacen la idea de uno y cuando te conocen se dan cuenta que tu vida y obra es distinta: la poesía debe superarte. Pienso que en este camino aparece la alegría, pero también te demuestra un fracaso, muy humano, que incluso puede llegar a ser reconfortante.

¿Camina todavía por esa ‘ribera’?

Sí, camino por esa ‘ribera’ que es muy fuerte, pero que a la vez se puede romper. El día a día de uno es duro: está la rehabilitación y el buscar los recursos para los hijos. Pero eso sí, no me quejo. El papel de víctima es el peor. Además, si tuviera todo no me dedicaría a la poesía.

El poemario no trata sobre poesía mística, aunque los conceptos de dios y metafísica están presentes…

De niño tenía una fe terrible. Era de los que por todo rezaba. Creía de una manera tenaz, después fui descreyendo. Ahora no tengo una religión, pero sí tengo una fe. La fe no es una debilidad, más debilidad hay en negarlo todo. No pienso en un dios que te da fórmulas para ser feliz. Pienso que negarle o decir que sí existe sería mucha vanidad. Hablo de un acompañamiento imaginario que te sostiene de la misma manera que lo hace la poesía.

Ud. escribe: “Sobrevivir es contar los latidos mientras se finge una sonrisa”. ¿Por ahora sonríe?

Sí, sonrío. Después de publicar el ‘Sujeto de ida’ anduve mal, todo se complicó, pero fui saliendo. Por suerte está mi familia: los hijos son como la poesía, ambos tienen un pulso vital.

También dice: “Escribir poesía para deshacer la novela de otros cuentos”…

Como decía, eso de las etiquetas me molesta. El que estén diciendo que tu obra es coloquial, hermética, barroca, etc., llega en un momento a perder sentido, que quien te lee saque su cuento, ¿no? Ahí regreso a lo que te decía de evitar el prólogo porque muchas veces como que te limitan a la hora de enfrentarte
con el libro.

¿Va a disfrutar de esta publicación o está trabajando en la siguiente?

Con el ‘No es dicha’, con el ‘Sujeto de ida’ y con ‘Ribera de cristal’ pareciera que se dio una trilogía. En un corto tiempo se fueron publicando, lo que no quiere decir que se fueron escribiendo en esa medida, porque una cosa es escribir y otra publicar. Siento que por ahora ya lo he dicho todo, no sé qué más decir. Me tomaré un tiempo para descansar, leer y después pensar en ir trabajando más poemas. No quiero sonar pretencioso, pero no quiero repetirme. Sería feo que consideren la obra de uno como una marca: imagina que digan ‘vean un poema de hospital’ y corran al Google y aparezca algo mío (risas). Quiero desencontrarme. No se trata de estar relajado porque la búsqueda es intensa: solo busco ir alejándome de esta ‘Ribera de cristal’. (DVD)