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sábado, 30 de agosto de 2014
jueves, 21 de agosto de 2014
Luigi Stornaiolo
Con el maestro de la pintura
y de la vida
Luigi Stornaiolo.
Más allá y acá de discursos, homenajes
y retórica
si alguien puede ser considerado brillante y
genial
es Luigi
desde su obra pictórica
inigualable
hasta sus palabras
y actitudes
humanas, irónicas, cuestionadoras
reales.
Conocerle, escucharle, compartir
un poco del tiempo
que va y viene
ha sido único.
Un gracias
se queda corto
pero aun así
siempre gracias
por todo.
Un abrazo.
y de la vida
Luigi Stornaiolo.
Más allá y acá de discursos, homenajes
y retórica
si alguien puede ser considerado brillante y
genial
es Luigi
desde su obra pictórica
inigualable
hasta sus palabras
y actitudes
humanas, irónicas, cuestionadoras
reales.
Conocerle, escucharle, compartir
un poco del tiempo
que va y viene
ha sido único.
Un gracias
se queda corto
pero aun así
siempre gracias
por todo.
Un abrazo.
miércoles, 13 de agosto de 2014
Sujeto de ida, palabras de Margarita Altuna
Es esencial leer novelas, cuentos y poemas que generan
reflexión, que por un instante nos transportan a ese espacio descrito, dibujado
con palabras, que nos hace sentir vértigo, ansiedad, pasión. Entre mis mejores
amigos, inolvidables porque crecieron conmigo y me hicieron crecer están Crimen y castigo, Los siete locos, Un hombre muerto a puntapiés, La casa de cartón, Los
heraldos negros, En la masmédula… y ahora Sujeto de ida, del poeta ecuatoriano Juan Secaira.
Treinta y un poemas dan vida a Sujeto de ida. Cada poema es una conjunción de elementos propios
que sumados ofrecen un único resultado: la voz poética de Juan Secaira, una voz
firme, aguda, observadora, minuciosa, singular, que estuvo presente en su libro
anterior, No es dicha (Premio
Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade), y que en Sujeto de ida se reafirma.
Adentrarse en el mundo del Sujeto de ida es una verdadera aventura, y espero que sea para cada
lector tan personal como la mía. Empiezo a leer y pregunto: ¿Quién es el
sujeto? Yo, tú, él, ella, usted; la respuesta es difícil de digerir porque
todos estos pronombres se personifican en el Sujeto de ida, un sujeto falto de juicio que camina por la vida sin
historia, sin memoria, sin nombres, sin números de teléfono. Debe mentir para
expandirse, para aliviar el dolor, la molestia, el amor; sin importarle la
sentencia de la madre: “errar en minutos”, o la promesa del padre: “danzar con
cuerpos de muerte”. Tiene encuentros fortuitos, con violencia, humo, “comunión
de estropajos”, de seres sucios y vivos que habitan en una civilización enferma
de una “enfermedad sin nombre”, que viven en el circo de la vida donde la
“muchedumbre canta”, que son “Gente. / Máquinas”.
Al Sujeto de ida
no le interesa reconstruir fragmentos, prefiere esparcirlos por la arena, “bien
lejos para nada más encontrarlos en el siguiente / acabose”. Este acto
convierte su existencia en un eterno retorno en donde la serpiente se muerde la
cola. Volverá el acabose porque “la redención es inútil”. ¿Qué sucedería si sus
actos no se repitieran?
El sujeto no es ni bueno ni malo, simplemente está vivo y
pregunta “pero qué es eso: soñar es vivir, delirar, pensar, anhelar, odiar. /
Vivir. O mal vivir, o sobrevivir”. Tiene tanta conciencia en medio de la inconsciencia
y por un momento logra ser guerrero. Por fin consigue una unión sin muerte: “El
deleite / inmune / reacio / vivo”.
Profundizar en el mundo del Sujeto de ida, poemario sinfónico libre, de lecturas
independientes, es complejo, como el ser humano. El corpus, el poema y cada
verso generan conciencia. ¿A dónde transportan estos versos? Se mueve, delira… Desaparecer entre la
multitud desintegrada… Quien te quiere de da el primer tajo... El día es el
anhelo de la voz… ¿Qué dice esta imagen? Diletantes frutos sujetos a árboles
hundidos, en el lodazal del encanto… Qué
ironía, juntos están adjetivos de placer, verbos y sustantivos de connotaciones imperfectas, deformes. Siempre están unidos lo blanco y lo
negro sin maniqueísmo alguno. Este es el universo del Sujeto de ida, que desata un proceso de introspección que obliga a reflexionar, lo quieras o
no.
Margarita
Altuna
Catedrática
de la Universidad de Tampa,
Departamento
de Lenguas y Lingüística
lunes, 4 de agosto de 2014
PRESENTACIÓN POEMARIO “SUJETO DE IDA” DE JUAN SECAIRA, por Liyanis González / jueves 24 de julio 2014/ CCE
Confieso ser extremadamente vulnerable ante el pedido de presentar
un libro de poesía. Empiezo a divagar, a dispersarme en el enmarañado bosque
del lenguaje, ineludible para comenzar la labor de escritura. Más cuando ese
pedido viene de un poeta que admiro y aprecio, y que con sus textos me reafirma
en la necesidad de entrar como una iniciada en los secretos más intangibles del
ser humano, y por lo tanto, los más recónditos de su espíritu. Materia de la
que está hecho el poemario “Sujeto de ida” de Juan Secaira.
Confieso, que ya había quedado deslumbrada con su libro “No es
dicha”, y ahora al enfrentar “Sujeto de ida”, desde su título, la imagen de portada
que re-matiza y da más fuerza al objeto, los epígrafes, hasta el último de sus
textos, no me queda la menor duda que el poeta padece en cada poema. En Juan
ese padecimiento es el movimiento que, desde su interior, proyecta la palabra a
su máximo sentido, de tal forma que los enlaces encabalgan un sentimiento
primigenio que el lector recibe inmediatamente no como vanidad, sino como
exorcismo.
Con el binomio existencia-dolor como hilo conductor, “Sujeto de
ida”, comienza con una especie de despedida-símbolo, para recobrar el tiempo
vivido haciendo uso de la memoria afectiva del poeta, y que es el detonante en
cada uno de sus textos mediante aquellas preguntas que no tienen respuestas,
pero que construyen certeramente una vida que debe continuar tras el dolor, un
viaje sin retorno sumergido en su conciencia. Me enfrentaba entonces ante un
poemario de agudas aristas, donde la concepción de la poesía se enlaza con una
fuerte y valiente defensa de la vida.
Cito: “Así ha sido esta enfermedad sin nombre. ¤ Así, sin preguntar ni pedir permiso. ¤ Pocos saben lo que es tener un brazo muerto ¤ La existencia nos lleva ¤ víctimas no somos ¤ solo
extraños”. De esta manera la voz del poeta me hizo calar en sus versos como el
frío o la humedad en los huesos, en su roce diario con la vida hecha de
fricciones, limaduras dolorosas, rozaduras de la piel. Pidiéndome que entrara a
ese espacio, donde el vacío no es la nada, sino la acumulación, el
abigarramiento, la superposición de las trampas.
A medida que iba leyendo estos textos que no me pertenecían, los
iba haciendo míos, y en ese centro que me reflejaba el autor, definía el corpus
de cada poema, su poder de expresión, la fecundidad de su signo: “Sacrilegios
de la memoria, asir el nombre, el cuerpo, el gemido, la extremaunción ¤ latido, veneno, ron en la mesa ¤ la oscuridad del huerto sembrado por dos cruces”. Exposición
metafórica de búsqueda que implica la experimentación, el proceso, y el no
crear límites a la evolución en la voz del poeta. Allí donde asume una postura
fatídica ante sus versos, y en la relación con su lugar frente a la proyección
de su mundo.
Sus confesiones se me iban desgranando poco a poco, y suelta
aquello sin más: “Vanagloriarse, peor, de conquistas, de triunfos, de amores,
de preludios ¤ de noches en donde el sexo se convierte ¤ aupado por las máscaras que recorren la piel.” Cada texto como la
comunión permanente con el acto creador, donde el autor, sin permitirse
desviaciones o fantasiosidad ligera que lo induzcan a escribir para complacer
algo o a alguien, halla en la necesidad de comprensión de su realidad, lo
palpable; y en esa aprehensión, nos conduce por un camino de imágenes y
símbolos que nos traducen lo que va fermentándose en lo sucesivo de sus días y
noches, como: “Permanecer estático porque las piernas no dan ¤ ceremonia de vértigo por dentro. ¤ Paulatina exactitud caótica ¤ en el miedo del equilibrio que falla por acumulación.”
Circunstancias repletas de elementos crípticos que nos provocan un tono
constante de resentimiento, de lucha, una batalla que el poeta debe librar a
cada instante. Mezcla equilibrada entre sensación, expresión y comunicación; y
entre esos conceptos, aparece el más desconcertante de todos sus hallazgos: el
viaje de ida. Sentencia estremecedora para resistir en su altar del yo-sujeto
bajo la tutela de un dolor que no cambia de rumbo, y que se le atrinchera como
un maleficio. De ella no hace voto por la pena, la causa eximente, libertad que
se encumbra cuando se sobrevive al desdén y la desidia.
Juan Secaira y Liyanis González Padrón.
Y desde la otra arista, Juan, con una voracidad profanadora, nos
advierte: “La redención es inútil, germen de capillas semivacías. ¤ Ático de las imploraciones. ¤ El confín donde se esconde dios”. Lenguaje condensado en el hecho
poético para mostrarnos al hombre sin rúbricas ni ceremonias, dispuesto a
sajarse en el purgatorio. Ejercicio para soportar la existencia, la tonsura
ante el cuestionamiento de la fe muerta, replanteo de intersticios cuando alude
a: “Sujeto convertido en obituario químico desplazado al rincón de las
telarañas ¤ pelusa ¤ moho”, para trashumar, adherirse a
lo inevitable: su concesión, su abstinencia.
La poesía de Juan trasciende lo doméstico sin ser domesticada,
transita la casa, recorre el itinerario preestablecido por la cotidianidad, a
ratos paternal como un arrullo lírico a los hijos, al padre, al abuelo. Es allí
donde los duros bordes de su realidad se difuminan en momentos en que sus
versos se vuelven luminosos y visionarios. Tras ese deslumbramiento desfilan
las calles de su ciudad, los bares, la cancha de futbol, los campanarios.
Indagación existencial que a lo largo de todo el poemario va creciendo,
haciéndose más evidente; retorna, raspa, busca y anega.
Discurso no construido desde el artificio, la pirueta, el arabesco
estéril, sino desde el riesgo y la desnudez. “Tensar el arco, cavar la tumba,
aguantar el cielo ¤ La flecha escoria la tierra húmeda ¤ Va el humo al mismo incierto lugar que la añoranza.” Experiencia
de vida lacerante que se concentra y se agota en el propio acto de la escritura.
Complicidad con la que el poeta pasa, se detiene y mira, se asoma, se entromete
y atisba en el lienzo del texto.
Juan Secaira es un poeta de energías. Su voz es aquella que no
sopesa su propio idioma, sino que lo decanta, lo recrea, lo vivifica, y muestra
de ello es este libro “Sujeto de ida”, táctil, vivencial, que habla de la
coexistencia con lo doloroso que implica el vivir, que nos aumenta las
interrogantes como vertientes abrasadoras, en donde su esencia imbrica
connotaciones de una poesía surgida por el padecimiento. Un autobombardeo en la
mesa donde proyecta tanta sensibilidad, un haber atmosférico interior,
semántico, descarnante.
Al final se impone el recuento, la memoria. No hay culpables,
tampoco la enfermedad, solo si existiera la ingenuidad humana ante la creencia
de lo imperecedero, antes del golpe final, antes de que se produzca la epifanía
de la existencia breve. Porque es frase certera, y Juan lo sabe, que “El hombre
ha de sufrir siempre los días que conquista.”
viernes, 1 de agosto de 2014
Sujeto de ida, por Silvia Stornaiolo
“Para
escribir solo hay que hacerlo, no parecerlo”.
Siento que ese debería ser el lema
de Juan, a quien imagino en su escritorio escribiendo salvaje y
desesperadamente, con el que me encuentro caminando a mediodía por la Amazonas
de las manos de sus hijos, que los acaba de recoger de la escuela; con quien
las conversaciones no tienen tiempo ni ganas de acabarse cuando vamos por una
cervecita al restaurante griego.
Del momento de la pasión, de eso
se trata este libro Sujeto de ida, de
esa espera dramática, de un abrazo.
La ansiedad, las máscaras, la
avidez, los caprichos y antojos son sus aliados, también la pena, pero eso sí,
sin afán de víctimas, eso bajo ningún concepto. Conozco a Juan hace ya algún
tiempo y sé que su lucha va por otro lado, se va hacia lugares donde puede
renacer constantemente.
Su poesía es aguda, está sólida y
plantada, se siente un pisotón en el momento de terminar cada uno de los treinta
y un poemas que dan vida a Sujeto de ida,
como para ponerse firme ante el siguiente, simplemente no hay descanso ni siquiera
cuando terminas el libro, te deja sembrada la posibilidad o el finiquito en
imágenes impetuosas y efervescentes.
La inocencia de Juan es una
jugada sucia, se entrevé de soslayo, entrelíneas y cuando crees que te vas a
encontrar con ella, cae el hachazo del atropello, del delito, del ido, de este
sujeto que te está llevando al quiebre página a página y con descontrol.
Cito a Juan:
Portada: Luigi Stornaiolo.
Promesa
del padre en mandil y estetoscopio: danzar con cuerpos de muerte.
Frases estremecedoras como esta –que
rebosan en Sujeto de ida– nos
devuelven a la necesaria soledad, a obedecer al sentimiento, a escaparnos de
este mundo horrible lleno de gente, a darle finalmente el tiempo que se merece el
desamparo.
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