domingo, 14 de julio de 2013

Poemas de De la ligereza o velocidad que también es perfume

Poemas que integran la antología de poesía ecuatoriana De la ligereza o velocidad que también es perfume, Fondo Editorial del Ministerio de Cultura del Ecuador, Centro Cultural Dulce Maa Loynaz, 2012.


ARTE POÉTICA

Lucidez lóbrega. El poema supera al racionalismo del discurso que busca limitarlo. Renegar con pudoroso atrevimiento. Lanzarse, horadar en elusivo trampantojo. El delirio de la fe indescifrable, incesante, irónica; en la destrucción una epifanía sin ningún patetismo. La belleza en eso que dicen fealdad, que dicen vida, que dicen gancho al gado.

1

En el talud estaba la respuesta
se resbalaba cadenciosa, se iba, se iba viva en la sombra de la espera
sin reclamos decía, se decía, alzaba su voz
hasta que la tierra la convirtió en pregunta.

Como un calambre fue la felicidad
imprevista reacción del espíritu ante la eventualidad del diario vivir.
Congelado el brazo, cúmulo de venas locas por escapar de ese cuerpo vertido en una copa de pastillas.

Que a nadie se culpe de la mutilación, que nadie alce la mano y diga presente.

La lava está enferma, el ser catatónico asiente con la voluntad del perseguidor afligido y vestido

de blanco.

En el talud una respuesta se resquebraja y corta la presencia
un espasmo convierte a la experiencia en un cuadrilátero sosegado
fantasmales rasgos transforman las respuestas en mercancía líquida.

2

En la música las lenguas se conforman.
Contenerse o morir, contenerse o convertirse en otra marioneta,
vomitarlo todo.

La cobardía anuncia una salida, ejecutar la melodía del adiós se convierte
en un fulgor imposible, el diablo sopla y existe.

La mentira ha regresado con la última noticia de TV, el agua turbia se asemeja a un río pobre
al costado, en la orilla un hombre espera,
su finitud se hace infinita, el agua no lo limpia.

Comer lastima el sentido, descifrar su vida lo descoloca aún más.
La tórrida esperanza se convierte en un esperpento de dientes enormes.
Las cenizas no bailan, el desastre de sus piernas le hace quedar mal,
sin embargo acaricia ese cabello, ese rostro que jamás será.

Un ogro que recoge los pasos cada madrugada borrando de la memoria
los nombres de mujer
las caderas, los culos, los labios.

Un espectro que manda todo al diablo, la carga en la espalda
como un amasijo de tareas por hacer.
El equilibrio es el delirio del sentido más frecuente.

La risa cuesta, la cara cuesta, esa mueca que cruza y hay que atenazarla, vestirte con ella.

La maldad cruje y se aferra, somos eso nomás. No más.

Aunque algunos decidan cantarle a la tecnología o increpar a los poetas
o rebuscar entre sus cuadernos universitarios la tarea que tan bien hicieron.
Insuficiente es la nieve para cubrir
nos.


3

La humedad es mía, hundida en el recuerdo de la vez que desesperado entré al baño de un hospital y me comí ese polvo hasta atorarme, hasta volcar
mi garganta en lamentos desparramados por esas calles rocosas.

La boca se me durmió y luego los dientes sonrieron, yo sonreí con la sensación siempre ahí
con el cuerpo abriéndose al aullido. Imploré un descanso y las venas se rompieron como el trago de cada día presagiando
la desdicha de la repetición, un adelanto de la muerte.

En el espesor de tu conciencia dejé mi último abrazo. Guardado.
Los hijos son una sombra que no se deja adjetivar. En ellos lo vital es el intento
la forma de sus brincos, el latir imperfecto.

El impoluto orgullo de las madres es el sostén de una divinidad
que explotará tarde o temprano y en lugar de las risas:
el llanto y las recriminaciones.

Mutilado por dentro, soy testigo de bocas dulces y amparos motivados por el placer de existir.


4

Cuando la leyenda deje de ser didáctica, la vida ejemplar del pecado, emergerán seres completamente sucios y vivos.

La letra es la primera impresión de un individuo, decía mi abuelo,
no puedo mover mis dedos, no puedo cerrar mis manos
firmar es una odisea
sentir, un holocausto.

Así ha sido esta enfermedad sin nombre.
Así y ya, sin preguntar ni pedir permiso.

Pocos saben lo que es tener un brazo muerto, pocos, poquísimos, poquitos.
Y a quién le importa
el mal funcionamiento de venas y tendones.

La vida nos lleva
víctimas no somos
solo extraños.

Quejarse es caer en la intransigencia de la voluntad ajena,
exprimir la risa hasta convertirla en una mueca
fugazmente dichosa e irresponsable.

Tu calidez
circunstancia del desobligo.

El calor del trago en el pecho, la trama oculta del desagravio.
Tu calidez limita,
abre lo poco que queda.

Era intensa pero falaz
vivía vidas ajenas, contenida en la molicie de una madre.
Las noches no sirven si las pinta otra mano enferma.

Denme una bala y lárguense de aquí.

No la nombro ni la pinto, tampoco la lleno de metáforas.
Una bala atraviesa el recuerdo esculpiendo en el cuerpo una sutura
en U.

Lo único transformable es la infancia.
El resto: esquirlas de los días en brazos.

Persigo la vena en mi mano,
la aprieto como si fuese un gusano
y yo sin sal.

Ella ha nacido fuerte y rabiosa, como sea, me conduce al desasosiego
del dolor.

Camino y el corazón exhala una protesta, aunque sabe que es tarde.
La cima es la carencia y en ella
desciende el final.

Quisiera volver a ser. O tal vez no. El desenfreno de la palabra contradice a lo que llama espíritu o al equívoco del cuerpo.  

La piedad es el peor defecto de los sin nombre, confluye la existencia
en un suspiro ajeno.

Entonces la noche nos saboreó distante y hablamos y decidimos, como viejos perdedores
no escribir para nadie más que para nosotros (si todavía hay un nosotros).

Nadie más tocará nuestra sangrante belleza, enajenada, violada y dispuesta a escabullirse.
No reconstruiremos los fragmentos, los esparciremos por la arena inmunda y brincaremos
sobre ellos como unos malditos desvergonzados, y luego los soplaremos lejos, lejos, bien lejos; para nada más encontrarlos en el siguiente
acabose.

5

Más allá del cuadro, del autorretrato no bulle un personaje, no crece quien brinca de mano en mano.

Detrás del óleo hay una mirada, solo eso, una mirada
incierta
y
extraviada.

Vemos los cuadros colgados, siniestras fauces citadinas sucumben
ante la ambivalencia del ser sumergido en la disyuntiva de sobrevivir.

Vemos los cuadros colgados, la repetición nunca es la misma.

Enormes cuadros. Diablos. Murales. Bastidores.
Colgados vemos los cuadros,
colgados nos vamos a buscarnos
otras
heridas.

6

Como en Las Meninas, de Velázquez estoy en tu espejo
despojo, reflejo, reflujo: tinieblas.

Flujo
discontinuidad
dos no marcan un movimiento
congelan su inicio en el miedo.

El tacto es un pozo, un paso a un estado abierto.

El olfato maléfico el sentido
un pincel, lazo,
lijar, marcar, perder
tinieblas: un sortilegio perdido en la oscuridad.

Tacto
olfato
infancia
asolada.

Al final la risa es lo único: frontón, pared, espada, hastío.


La queja es su contraparte, aunque a veces se unen, se molestan:
como un entronque para defender a un rey
muerto por anticipado, por avispado, por mangoneado.

Muerto de la queja, muerto de la risa.

Pero una risa y su doble.
Como la mueca irónica de Jack Nicholson, como la mueca grotesca de Mickey Rourke.

Una risa que complete el dolor
un dolor que ampara a la risa, sosiego y arrebato en una sola mueca.

Carencia y abundancia
en una carcajada desmemoriada
frágil, febril, angosta.

La palabra es la descompostura del sacrificio
equilibrio invisible, caos, late, miel.

La palabra descompone la imagen quebrada
miente por naturaleza extensiva y lunar.

La palabra enferma en la retina y lucha e intenta ser algo más que una viruta en los ojos de dios.

Solo, sola, solo, sola, solo, no te veo más que sosteniendo la imposibilidad
del sol entre los poros, en parte
cruje la soledad sin la razón, sola, sola, sola, única certidumbre bajo un manto intravenosamente
sal.

7

La progenitora de un dios menor sin ropa.

La progenitora de un dios menor
vestida de rosarios sueña en un dios mayor

se baña en lo imposible y canta, ordena, ríe, vigila la carencia, su carencia
hasta acaricia su cabeza cuando no sueña.

8

Velar la duda y esperar recatadamente el arrebato, niebla, nube, sal.

Celoso el hijo, celosa la hija, han triturado su sangre para que no se convierta en nuestra sangre.

Lo hacen jugando, traviesos en la desidia
y muere, muere, muere, agoniza, calla, muere, muere, se queja.

La línea circunspecta de la comunión.

9

Realiza aquello que más amas. Para conocer bien tu hueso, hay que roerlo, enterrarlo y desenterrarlo para roerlo más aún. Henry David Thoreau

Amasar el trueno que ha ocasionado el delirio, la cavidad del grito no dado
en donde la cifra no sirve sino para ser un cero

a ese refugio que anhela una vida, a la precariedad de la posesión inconclusa del día.

¿Quién sabe cuántas venas circulan en un cuerpo?
¿Quién, la cantidad de triglicéridos, toxinas y más?

Vislumbrar la oscuridad sin nombrarla, amasar la luz.

¿Qué es la invalidez? Vivir vidas ajenas en el murmullo de los círculos familiares

el vaivén, el calambre, la dislocación, nada dicen

uno guarda
sus puños
con descaro.


10

¡Ah el sórdido, el viscoso templo de lo humano! Leopoldo María Panero

No hay padre para odiar esta tarde
de jueves.

No hay una identidad que restituir
solo hierba y humo.

No hay, ni siquiera, un desierto
de voces hiriendo el camino.

No hay cómo bailar ni fingirse sano. Ni seres mitológicos, ni paganos. No hay hijos ni hiedras
no hay labios esperando una verdad.

Una piedra
en la mano
se mueve.

El silencio mina las fuerzas aún más que un estruendo, ni la pincelada lo libera.

Quemazón de un hielo tan duro como la piel regada por años de lo mismo.

sábado, 13 de julio de 2013

No es dicha, por Roberto Manzano* (poeta y ensayista cubano)

Juan Secaira Velástegui (Quito, Ecuador, 1971), narrador, crítico y poeta, ofrece en su nuevo volumen poético, No es dicha, un áspero y honrado testimonio de la existencia. Como es característico en una zona de la más reciente poesía ecuatoriana, sus símbolos profundos acuden a una estética del cuerpo y a una construcción del vacío espiritual de las grandes urbes de hoy desde la discontinuidad misma de la comunicación entre los sujetos. Es por ello que las líneas poéticas se sujetan a la libre fluencia de la escritura y se apoyan en la página aprovechando los silencios, los recursos tipográficos, las distancias tonales, lo incoercible propio de lo que una vivencia fracturada internamente plasma como absurdo y fragmentario. 

Desde este punto de vista, tal actitud de elocución remite a la vanguardia, pero asumida desde la plataforma enunciativa del posmodernismo (no el históricamente nuestro, sino el que nos vino así bautizado desde el primer mundo), por lo que la impronta enérgica de los recursos expresivos, propia de aquel primer momento estético, se funde con la actitud distanciada de lo sublime, propia del segundo momento indicado. Se da cuenta del dolor más profundo del individuo a través de la historia del sujeto y de la más desamparada comunicación de las multitudes incluso en acontecimientos de significativo entusiasmo, pero con enunciados sintéticos, de alta reverberación expresiva, en textos que se trasmiten unos a otros las alusiones, las sugerencias, con lo que el conjunto alcanza una notable proposición de un universo socio-íntimo apenas entrevisto. 

Poesía versicular, que a ratos juega con los recursos acumulados mundialmente por la contracultura, golpea «el vientre / de la irreal y sacrosanta "normalidad"». Como apunta Carlos Luis Ortiz en el prólogo, «No es dicha [es] un libro necesario de leer para percatarnos del horror de lo cotidiano y de sus bondades, a veces esquivas; un poemario que da cuenta de la finitud del ser humano». Carlos Aulestia expresa en nota de contracubierta algo también sintomático de este volumen: «No es dicha está construido sobre una metáfora simple y precisa: la existencia como una dolorosa e inevitable estadía en el mundo concreto, asfixiante y oscuro, en el que parece no existir otro camino más que la contemplación desengañada del presente y el pasado, su dolorosa concentración lírica...». 

La colisión de la agresividad del mundo contemporáneo contra el alma de los individuos es tan brutal, que muchas de las sensibilidades más recientes se han astillado en la denuncia de la pérdida, el descuartizamiento visceral y el dolor más agudo. En ocasiones los libros están escritos en el lenguaje de los asesinados. No es dicha atraviesa ese lenguaje con fuerza y concisión expresivas notables, y deja en las manos del lector la victoria del alma sobre la palabra al inscribir en los textos de modo sugerente la necesidad espiritual de los seres humanos de levantarse sobre las más complejas circunstancias.

* ROBERTO MANZANO (Ciego de Ávila, Cuba, 1949). Poeta y ensayista.
Premio Nicolás Guillén, de México, en el 2004, y Premio Nicolás Guillén, de Cuba, en el 2005. Premio La Rosa Blanca 2005. Premio Samuel Feijóo
de Poesía y Medio Ambiente 2007. Finalista en el Festival de Poesía de Medellín, Colombia, 2007. Finalista en el Festival de la Lira, en Cuenca, Ecuador, 2007. Ha ofrecido recitales y conferencias en universidades de México, Venezuela, Estados Unidos, Panamá, China y Paraguay. Máster en Cultura Latinoamericana. Profesor adjunto de la Universidad de La Habana. Versos suyos han sido traducidos al griego, al inglés y al chino.

Ha impartido diplomados para la formación de escritores. Tiene veinte libros de poesía publicados. Trabaja como editor jefe de AMNIOS, revista cubana de poesía.

lunes, 8 de julio de 2013

LA VEROSIMILITUD EN UN POETA DE VISLUMBRE SOMBRÍO



Por Leonardo Parrini

Siempre que asisto a un recital de poesía, una exposición de pintura o una performance musical en mi condición de periodista, me siento impelido por la tentación de buscar el rasgo de verdad en todo aquello. Sera esto porque, acostumbrado o desacostumbrado, a asistir a montajes de distinta índole y tener que contar lo que se ve, hay ya como un instinto agudizado de husmear lo real de aquello que no lo es. Desde las ubicuas parafernalias del poder, hasta las sencillas representaciones pueblerinas con virgencitas y arcángeles rurales. Todo aquello adviene en un simbolismo nada distinto de las representaciones artísticas que vemos en los mass media, en el Internet o los montajes escenográficos de los performances cotidianos.
Claro que este sencillo y significativo evento de relanzamiento de la segunda edición del poemario de Juan Secaira No es dicha, dista en su forma, de ser un montaje para convertirse en un encuentro entre amigos del poeta y de la poesía. Pero esta historia de hoy además es distinta, porque no he venido en mi condición de periodista, sino de presentador invitado para reflexionar ante ustedes acerca de los versos de Secaira y su verisimilitud.

¿Acaso existe una poesía que no es verdadera, dirán ustedes?
Y me atrevo a responder, provocadoramente, que sí; y es más, que hay un arte cuyo gesto es inverosímil. Que me atrevo a sugerir que ese arte y esa poesía, que es un ejercicio de observancia, y registro, precisamente, no permiten al autor dar consigo mismo, ni dar cuenta en toda magnitud de su condición más íntima o de su circundante realidad.

Porque compartimos la idea con Baudrillard que “vivimos en un mundo de simulación, en un mundo donde la más alta función del signo consiste en hacer desaparecer la realidad y enmascarar al mismo tiempo esa desaparición. El arte no hace otra cosa”.
Recordemos por ejemplo la frase de Platón: «Los poetas mienten». Sin embargo, Platón es quizás el más poeta de todos los filósofos.

 ¿Quiere decir esto que el arte y, en particular la poesía, es un gesto inverosímil, improbable?
Diríamos con Baudrillard, detrás de la orgía de las imágenes cada cosa se oculta. El mundo se disfraza detrás de la profusión de las imágenes, como otra forma de ilusión.
Vivimos en un mundo del simulacro de figuraciones elegantes y mentiras impostoras. Un espectro virtual que invade todos los aspectos de la vida real en el que el quehacer humano es reemplazado por un acto de sustitución. La soledad es el espacio que aflige a muchos seres en la orfandad de un mundo absurdo que ya no encuentra respuestas válidas a sus angustias.

¿Pero si la poesía es oficio de la observancia, del andar avizorando, cómo puede extraviar en el camino su misión dadora de sentido cardinal a las cosas circundantes?
El primer rasgo poético que se advierte en los versos de Secaira es, precisamente, su poder de permitirle dar consigo mismo. Una suerte de encuentro eidético, esencial, del poeta con sus sustancias más verdaderas. Y es que este poeta trabaja con materiales nobles, por auténticos. Y entre ellos subyace, como un magma en ascenso, la desdicha, el extrañamiento existencial ante un mundo contrahecho, cual vértigo sartreano que llama a regurgitar angustias y sinrazones.

Desde que Paul Nizan, otro sartreano por antonomasia, dejara escrita su amarga sentencia juvenil han pasado algunos lustros: Yo tenía 20 años y no permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de esta vida. Todo amenaza a un joven con la ruina: el amor, las ideas, la pérdida de su familia, su entrada al mundo de los adultos.

A poco hurgar se advierte que la historia se repite como tragedia con algunas variantes.
Nizan aludía, no sólo a una rebeldía sobre un momento histórico, sino a una rebeldía existencial.
Secaira alude al vestigio que nos deja la desdicha: el dolor es un ancla, no metáfora de la maldición, dice.
El no categórico y abstracto de Nizan se ha llenado de sentidos concretos: hoy el capitalismo ya no es el reino promisorio, es una ideología y un sistema económico que muestra hoy su entraña más feroz y, al mismo tiempo, más encubierta en la posmodernidad.

Ya no hay patria ni ciudad / ni nada cobijando miedos / reírse luego escupir/ inventar bromas
Frente a este sistema social de simulaciones y realidades encubiertas, la poesía no es la simple amonestación de un acto de fe. Se trata de fomentar y de apoyar determinadas acciones políticas de transformación social y cultural.
Sin embargo, coincido con Baudrillard que insiste en que la tarea del arte y del pensamiento radical es la de hacer el mundo todavía más ininteligible. Hay que devolver las cosas centuplicadas: eso es el intercambio simbólico. Hay que devolver más de lo que hemos recibido. Hemos recibido un mundo ininteligible, tenemos que volverlo más ininteligible todavía.
Si esa es la obsesión por forzar la realidad, ¿Qué queda entonces a la poesía de un poeta como Secaira?
Pues le resta el desafío de lo real, de inventar otro mundo, otra escena. Una radical afirmación de Canetti -cito a Baudrillard- cuando habla del fin de la historia, alude a que hemos pasado la línea de lo verdadero y falso, donde ya no hay reglas del juego, continuamos una especie de desconstrucción. Algo similar ocurre con la poesía.

Esta noche estamos, precisamente, frente a la tentativa de husmear en la creación poética de Secaira y vislumbrar si se recuperan dos condiciones claves del arte: la seducción de lo sensible y el sentido.
Ya se nos dijo que el arte no es nunca un reflejo mecánico de las condiciones positivas o negativas del mundo, es la ilusión exacerbada, es su espejo hiperbólico.
Si la poesía explora la insignificancia del mundo y por medio de sus imágenes contribuye al sentido de ese mundo; en esa búsqueda reduce las cosas a la abstracción. El arte, en su conjunto, puede no ser otra cosa que el metalenguaje de la banalidad.

Cuando el neofigurativista Carlos Rosero pinta sus figuras esperpénticas, me recuerda los versos de Secaira; seres extraviados en una ciudad sin coordenadas concretas, que puede ser toda ciudad de este mundo en que el extravío es la constante.

La cerveza viene y va junto con las miradas / cuerpos caminando por inercia voces transando/
Siempre transando / Todo puede ser transado hasta la fantasía más bizarra /
La música embala a los clientes / mueven la cabeza superiores / delfines, lobos, camaleones/
Fingir. Segundo verbo más conjugado de este lugar.

La enajenación es la forma del simulacro, porque no es dicha vivir ese universo de productos prefabricados, artefactos, signos y mercancías, donde las cosas ejercen una función artificial e irónica por su propia existencia.

Todos estos artefactos, objetos e imágenes artificiales ejercen sobre nosotros una forma de deslumbramiento fatuo por la fascinación de los simulacros. Es en ese espacio yermo que la poesía de Secaira nos devuelve la dicha, la dicha de la lucidez que se pregunta ¿dónde se ha ido la constelación del sentido? Aquí en estos versos de No es dicha, tampoco hay un embustero integrado a la bufonería de la mercancía y su puesta en escena.
Inhalar ausencias derramadas por otros, para qué / Esa no es la idea /
Desnudo en el desván machaco mis odios.

En esta superproducción de posmodernidad en la que todos actuamos, en la que cae en descrédito todo ideal de futuro y la temporalidad histórica se repliega sobre el presente, la poesía de Secaira restaura el valor simbólico y trascendente de las cosas circundantes, es decir vuelve al leitmotiv poético de seducirnos en lo sensible y retribuirnos el sentido de los elementos.

¿Es la suya una poesía de adornos hiperbólicos?
No, eso no es posible en sus versos. Por eso el Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade, año 2012, cayó en buenas manos y en buena lengua. Palabra necesaria la suya, de versos encontrados a la vuelta de una vivencia cotidiana.

El estampido nos movió / las ventanas se vistieron de sangre / cunetazo limpio sordo /
Yo tres años de edad con el presente roto camino carretea abajo / cadáveres: del único tren de la memoria / en la humareda unas manos me recogen me vuelven a mi sitio /
Palabras extraviadas confusión del desastre el verbo sobra cáliz letal accidente/
La posibilidad de un comienzo.

Poesía evocativa y provocativa de añoranzas y pretéritos perfectos, en que el pasado no regresa anclado a un mero registro de la memoria, sino que iza velámenes para emprender una travesía existencial que no está exenta de dolores y desdichas.

Recreada la imagen a partir de la vivencia, ésta se hace poesía claroscura, vislumbre sombrío, dialéctica de contrarios, que recrea la poética de Secaira, escrita en un muro en penumbras donde cuelgan versos de un poeta dolido por un pasado que se escabulle y escamotea la dicha de un presente de añoranzas urgentes.
Por lo menos he llegado lejos en la vida / conozco mis miedos / me sobrepasan
Dijimos hace un tiempo, a propósito del recital Seis poetas Seis voces, donde Secaira dejó oír la suya: “Asistir a un recital colectivo de poesía en un mundo de comunicaciones virtuales, discursos parafrásticos y simulaciones electrónicas es, en definitiva, una tentativa que bordea la más flagrante utopía. Significa volver a recobrar la fe en la palabra que busca la emoción, como condición poética esencial.” Y no nos equivocamos.

La palabra poética de Secaira nos devuelve, por antonomasia, la fe en lo real, sin simulacros. Lo reiteramos una vez más: Juan Secaira, poeta del desencanto, el descrédito de lo circundante es lo suyo: Encontrar la belleza en eso que dicen fealdad. ¿Un antipoeta, que acorrala al verso en su propia antítesis? Como un calambre fue la felicidad / Imprevista reacción del espíritu ante la eventualidad del diario vivir. Su poesía es la de un vaticinador de antípodas de aquello que no llega a ser: La vida nos lleva / Víctimas no somos / Solo extraños. Y así vaticina: Nadie más tocará nuestra sangrante belleza enajenada, violada y dispuesta a escabullirse.

¡Vaya oficio de hurgar y evocar en las densidades del ser aquello que no fue o será! Aspiración dual de un ser y no ser que trae consigo esta poesía inhóspita que no se deja habitar fácil por las emociones del lector, porque está ahí como un presagio, un designio, una verdad largamente fermentada en la encimas del alma atribulada del poeta. En semejante trance la poética de Secaira es conmoción y emoción, como diría Ezra Pound.

Cuando el jurado otorga un premio, se hace eco de las resonancias de un poeta y asume la responsabilidad de entregárnoslo entero, en sus aciertos y desaciertos. En esa medida, el libro No es dicha, galardonado en justa lid, no es una obra premeditada, no es un fruto perfecto, sino un soplo esencial de vida que intenta persuadirnos de que la poesía es la búsqueda de una emoción a través de la palabra.

La poética de Juan Secaira en su libro No es dicha, vislumbra con certeza el otro lado de aquello que no es dicha. Insinuante tentativa que, por contraste, nos remite a un mundo de plenitudes, añorado como una ausencia. Sugestiva promesa trae consigo el instante poético de No es dicha:
la esperanza gesto desapercibido que vuela, como atisba Juan Secaira.

Este poeta itinerante, de vislumbre sombrío que es Juan Secaira, en su segunda edición de No es dicha, que pongo a consideración de ustedes, nos remite a un reencuentro con una poesía necesaria y de servicio público. Nunca un gesto privado tiene tanta significancia colectiva que cuando quien lo ejecuta tiene una clara vocación de servir. ¿Para qué sirve la poética de Juan Secaira? Pues para alumbrar y vislumbrar el camino, para destellar entre vericuetos de un mundo absurdo que habitamos definitivamente solos; lo dicen sus propios versos:

Como si vivir fuera contener la sangre hasta que a borbotones explote.