lunes, 22 de julio de 2013
domingo, 14 de julio de 2013
Poemas de De la ligereza o velocidad que también es perfume
Poemas que integran la antología de
poesía ecuatoriana De la ligereza o velocidad que también es perfume, Fondo Editorial del Ministerio de Cultura del Ecuador, Centro Cultural Dulce María Loynaz, 2012.
ARTE POÉTICA
Lucidez
lóbrega. El poema supera al racionalismo del discurso que busca limitarlo.
Renegar con pudoroso atrevimiento. Lanzarse, horadar en elusivo trampantojo. El delirio de la fe indescifrable, incesante, irónica; en la destrucción
una epifanía sin
ningún patetismo. La belleza en eso que dicen fealdad, que dicen vida, que dicen
gancho al hígado.
1
En el talud estaba la respuesta
se resbalaba cadenciosa, se iba, se iba
viva en la sombra de la espera
sin reclamos decía, se decía, alzaba su
voz
hasta que la tierra la convirtió en
pregunta.
Como un calambre fue la felicidad
imprevista reacción del espíritu ante la
eventualidad del diario vivir.
Congelado el brazo, cúmulo de venas
locas por escapar de ese cuerpo vertido en una copa de pastillas.
Que a nadie se culpe de la mutilación,
que nadie alce la mano y diga presente.
La lava está enferma, el ser catatónico
asiente con la voluntad del perseguidor afligido y vestido
de blanco.
En el talud una respuesta se resquebraja
y corta la presencia
un espasmo convierte a la experiencia en
un cuadrilátero sosegado
fantasmales rasgos transforman las
respuestas en mercancía líquida.
2
En la música las lenguas se conforman.
Contenerse o morir, contenerse o
convertirse en otra marioneta,
vomitarlo todo.
La cobardía anuncia una salida, ejecutar
la melodía del adiós se convierte
en un fulgor imposible, el diablo sopla
y existe.
La mentira ha regresado con la última
noticia de TV, el agua turbia se asemeja a un río pobre
al costado, en la orilla un hombre
espera,
su finitud se hace infinita, el agua no
lo limpia.
Comer lastima el sentido, descifrar su
vida lo descoloca aún más.
La tórrida esperanza se convierte en un
esperpento de dientes enormes.
Las cenizas no bailan, el desastre de
sus piernas le hace quedar mal,
sin embargo acaricia ese cabello, ese
rostro que jamás será.
Un ogro que recoge los pasos cada
madrugada borrando de la memoria
los nombres de mujer
las caderas, los culos, los labios.
Un espectro que manda todo al diablo, la
carga en la espalda
como un amasijo de tareas por hacer.
El equilibrio es el delirio del sentido
más frecuente.
La risa cuesta, la cara cuesta, esa
mueca que cruza y hay que atenazarla, vestirte con ella.
La maldad cruje y se aferra, somos eso
nomás. No más.
Aunque algunos decidan cantarle a la
tecnología o increpar a los poetas
o rebuscar entre sus cuadernos
universitarios la tarea que tan bien hicieron.
Insuficiente es la nieve para cubrir
nos.
3
La humedad es mía, hundida en el
recuerdo de la vez que desesperado entré al baño de un hospital y me comí ese
polvo hasta atorarme, hasta volcar
mi garganta en lamentos desparramados
por esas calles rocosas.
La boca se me durmió y luego los dientes
sonrieron, yo sonreí con la sensación siempre ahí
con el cuerpo abriéndose al aullido. Imploré
un descanso y las venas se rompieron como el trago de cada día presagiando
la desdicha de la repetición, un
adelanto de la muerte.
En el espesor de tu conciencia dejé mi
último abrazo. Guardado.
Los hijos son una sombra que no se deja
adjetivar. En ellos lo vital es el intento
la forma de sus brincos, el latir
imperfecto.
El impoluto orgullo de las madres es el
sostén de una divinidad
que explotará tarde o temprano y en
lugar de las risas:
el llanto y las recriminaciones.
Mutilado por dentro, soy testigo de
bocas dulces y amparos motivados por el placer de existir.
4
Cuando la leyenda deje de ser didáctica,
la vida ejemplar del pecado, emergerán seres completamente sucios y vivos.
La letra es la primera impresión de un
individuo, decía mi abuelo,
no puedo mover mis dedos, no puedo
cerrar mis manos
firmar es una odisea
sentir, un holocausto.
Así ha sido esta enfermedad sin nombre.
Así y ya, sin preguntar ni pedir
permiso.
Pocos saben lo que es tener un brazo
muerto, pocos, poquísimos, poquitos.
Y a quién le importa
el mal funcionamiento de venas y
tendones.
La vida nos lleva
víctimas no somos
solo extraños.
Quejarse es caer en la intransigencia de
la voluntad ajena,
exprimir la risa hasta convertirla en
una mueca
fugazmente dichosa e irresponsable.
Tu calidez
circunstancia del desobligo.
El calor del trago en el pecho, la trama
oculta del desagravio.
Tu calidez limita,
abre lo poco que queda.
Era intensa pero falaz
vivía vidas ajenas, contenida en la
molicie de una madre.
Las noches no sirven si las pinta otra
mano enferma.
Denme una bala y lárguense de aquí.
No la nombro ni la pinto, tampoco la
lleno de metáforas.
Una bala atraviesa el recuerdo
esculpiendo en el cuerpo una sutura
en U.
Lo único transformable es la infancia.
El resto: esquirlas de los días en
brazos.
Persigo la vena en mi mano,
la aprieto como si fuese un gusano
y yo sin sal.
Ella ha nacido fuerte y rabiosa, como
sea, me conduce al desasosiego
del dolor.
Camino y el corazón exhala una protesta,
aunque sabe que es tarde.
La cima es la carencia y en ella
desciende el final.
Quisiera volver a ser. O tal vez no. El desenfreno
de la palabra contradice a lo que llama espíritu o al equívoco del cuerpo.
La piedad es el peor defecto de los sin
nombre, confluye la existencia
en un suspiro ajeno.
Entonces la noche nos saboreó distante y
hablamos y decidimos, como viejos perdedores
no escribir para nadie más que para
nosotros (si todavía hay un nosotros).
Nadie más tocará nuestra sangrante
belleza, enajenada, violada y dispuesta a escabullirse.
No reconstruiremos los fragmentos, los
esparciremos por la arena inmunda y brincaremos
sobre ellos como unos malditos
desvergonzados, y luego los soplaremos lejos, lejos, bien lejos; para nada más
encontrarlos en el siguiente
acabose.
5
Más allá del cuadro, del autorretrato no
bulle un personaje, no crece quien brinca de mano en mano.
Detrás del óleo hay una mirada, solo
eso, una mirada
incierta
y
extraviada.
Vemos los cuadros colgados, siniestras
fauces citadinas sucumben
ante la ambivalencia del ser sumergido
en la disyuntiva de sobrevivir.
Vemos los cuadros colgados, la
repetición nunca es la misma.
Enormes cuadros. Diablos. Murales.
Bastidores.
Colgados vemos los cuadros,
colgados nos vamos a buscarnos
otras
heridas.
6
Como en Las Meninas, de Velázquez estoy
en tu espejo
despojo, reflejo, reflujo: tinieblas.
Flujo
discontinuidad
dos no marcan un movimiento
congelan su inicio en el miedo.
El tacto es un pozo, un paso a un estado
abierto.
El olfato maléfico el sentido
un pincel, lazo,
lijar, marcar, perder
tinieblas: un sortilegio perdido en la
oscuridad.
Tacto
olfato
infancia
asolada.
Al final la risa es lo único: frontón,
pared, espada, hastío.
La queja es su contraparte, aunque a
veces se unen, se molestan:
como un entronque para defender a un rey
muerto por anticipado, por avispado, por
mangoneado.
Muerto de la queja, muerto de la risa.
Pero una risa y su doble.
Como la mueca irónica de Jack Nicholson,
como la mueca grotesca de Mickey Rourke.
Una risa que complete el dolor
un dolor que ampara a la risa, sosiego y
arrebato en una sola mueca.
Carencia y abundancia
en una carcajada desmemoriada
frágil, febril, angosta.
La palabra es la descompostura del
sacrificio
equilibrio invisible, caos, late, miel.
La palabra descompone la imagen quebrada
miente por naturaleza extensiva y lunar.
La palabra enferma en la retina y lucha
e intenta ser algo más que una viruta en los ojos de dios.
Solo, sola, solo, sola, solo, no te veo
más que sosteniendo la imposibilidad
del sol entre los poros, en parte
cruje la soledad sin la razón, sola,
sola, sola, única certidumbre bajo un manto intravenosamente
sal.
7
La progenitora de un dios menor sin
ropa.
La progenitora de un dios menor
vestida de rosarios sueña en un dios
mayor
se baña en lo imposible y canta, ordena,
ríe, vigila la carencia, su carencia
hasta acaricia su cabeza cuando no
sueña.
8
Velar
la duda y esperar recatadamente el arrebato, niebla, nube, sal.
Lo
hacen jugando, traviesos en la desidia
y
muere, muere, muere, agoniza, calla, muere, muere, se queja.
La
línea circunspecta de la comunión.
9
Realiza
aquello que más amas. Para conocer bien tu hueso, hay que roerlo, enterrarlo y
desenterrarlo para roerlo más aún. Henry David Thoreau
Amasar el trueno que ha ocasionado el
delirio, la cavidad del grito no dado
en donde la cifra no sirve sino para ser
un cero
a ese refugio que anhela una vida, a la
precariedad de la posesión inconclusa del día.
¿Quién sabe cuántas venas circulan en un
cuerpo?
¿Quién, la cantidad de triglicéridos,
toxinas y más?
Vislumbrar la oscuridad sin nombrarla,
amasar la luz.
¿Qué es la invalidez? Vivir vidas ajenas
en el murmullo de los círculos familiares
el vaivén, el calambre, la dislocación,
nada dicen
uno guarda
sus puños
con descaro.
10
¡Ah
el sórdido, el viscoso templo de lo humano! Leopoldo María
Panero
No hay padre para odiar esta tarde
de jueves.
No hay una identidad que restituir
solo hierba y humo.
No hay, ni siquiera, un desierto
de voces hiriendo el camino.
No hay cómo bailar ni fingirse sano. Ni
seres mitológicos, ni paganos. No hay hijos ni hiedras
no hay labios esperando una verdad.
Una piedra
en la mano
se mueve.
El silencio mina las fuerzas aún más que
un estruendo, ni la pincelada lo libera.
Quemazón de un hielo tan duro como la
piel regada por años de lo mismo.
sábado, 13 de julio de 2013
No es dicha, por Roberto Manzano* (poeta y ensayista cubano)
Juan Secaira Velástegui (Quito, Ecuador, 1971), narrador,
crítico y poeta, ofrece en su nuevo volumen poético, No es dicha, un áspero y honrado testimonio de la existencia. Como
es característico en una zona de la más reciente poesía ecuatoriana, sus
símbolos profundos acuden a una estética del cuerpo y a una construcción del
vacío espiritual de las grandes urbes de hoy desde la discontinuidad misma de
la comunicación entre los sujetos. Es por ello que las líneas poéticas se sujetan
a la libre fluencia de la escritura y se apoyan en la página aprovechando los
silencios, los recursos tipográficos, las distancias tonales, lo incoercible
propio de lo que una vivencia fracturada internamente plasma como absurdo y
fragmentario.
Desde este punto de vista, tal actitud de elocución remite a la
vanguardia, pero asumida desde la plataforma enunciativa del posmodernismo (no
el históricamente nuestro, sino el que nos vino así bautizado desde el primer
mundo), por lo que la impronta enérgica de los recursos expresivos, propia de
aquel primer momento estético, se funde con la actitud distanciada de lo
sublime, propia del segundo momento indicado. Se da cuenta del dolor más
profundo del individuo a través de la historia del sujeto y de la más desamparada
comunicación de las multitudes incluso en acontecimientos de significativo
entusiasmo, pero con enunciados sintéticos, de alta reverberación expresiva, en
textos que se trasmiten unos a otros las alusiones, las sugerencias, con lo que
el conjunto alcanza una notable proposición de un universo socio-íntimo apenas
entrevisto.
Poesía versicular, que a ratos juega con los recursos acumulados
mundialmente por la contracultura, golpea «el vientre / de la irreal y
sacrosanta "normalidad"». Como apunta Carlos Luis Ortiz en el prólogo,
«No es dicha [es] un libro necesario
de leer para percatarnos del horror de lo cotidiano y de sus bondades, a veces
esquivas; un poemario que da cuenta de la finitud del ser humano». Carlos Aulestia
expresa en nota de contracubierta algo también sintomático de este volumen: «No es dicha está construido sobre una
metáfora simple y precisa: la existencia como una dolorosa e inevitable estadía
en el mundo concreto, asfixiante y oscuro, en el que parece no existir otro
camino más que la contemplación desengañada del presente y el pasado, su
dolorosa concentración lírica...».
La colisión de la agresividad del mundo contemporáneo
contra el alma de los individuos es tan brutal, que muchas de las
sensibilidades más recientes se han astillado en la denuncia de la pérdida, el
descuartizamiento visceral y el dolor más agudo. En ocasiones los libros están
escritos en el lenguaje de los asesinados. No
es dicha atraviesa ese lenguaje con fuerza y concisión expresivas notables,
y deja en las manos del lector la victoria del alma sobre la palabra al
inscribir en los textos de modo sugerente la necesidad espiritual de los seres
humanos de levantarse sobre las más complejas circunstancias.
* ROBERTO MANZANO (Ciego de Ávila, Cuba,
1949). Poeta y ensayista.
Premio Nicolás
Guillén, de México, en el 2004, y Premio Nicolás Guillén, de Cuba, en el
2005. Premio La Rosa Blanca 2005. Premio Samuel Feijóo
de Poesía y
Medio Ambiente 2007. Finalista en el Festival de Poesía de Medellín,
Colombia, 2007. Finalista en el Festival de la Lira, en Cuenca, Ecuador,
2007. Ha ofrecido recitales y conferencias en universidades de México,
Venezuela, Estados Unidos, Panamá, China y Paraguay. Máster en Cultura
Latinoamericana. Profesor adjunto de la Universidad de La Habana. Versos
suyos han sido traducidos al griego, al inglés y al chino.
Ha impartido
diplomados para la formación de escritores. Tiene veinte libros de poesía
publicados. Trabaja como editor jefe de AMNIOS, revista cubana de poesía.
lunes, 8 de julio de 2013
LA VEROSIMILITUD EN UN POETA DE VISLUMBRE SOMBRÍO
Por Leonardo
Parrini
Siempre que asisto a un recital de poesía, una exposición de pintura o una
performance musical en mi condición de periodista, me siento impelido por la
tentación de buscar el rasgo de verdad en todo aquello. Sera esto porque,
acostumbrado o desacostumbrado, a asistir a montajes de distinta índole y tener
que contar lo que se ve, hay ya como un instinto agudizado de husmear lo real
de aquello que no lo es. Desde las ubicuas parafernalias del poder, hasta las
sencillas representaciones pueblerinas con virgencitas y arcángeles rurales. Todo
aquello adviene en un simbolismo nada distinto de las representaciones
artísticas que vemos en los mass media, en el Internet o los montajes
escenográficos de los performances cotidianos.
Claro que este sencillo y significativo
evento de relanzamiento de la segunda edición del poemario de Juan Secaira No es dicha, dista en su forma,
de ser un montaje para convertirse en un encuentro entre amigos del poeta y de
la poesía. Pero esta historia de hoy además es distinta, porque no he venido en
mi condición de periodista, sino de presentador invitado para reflexionar ante
ustedes acerca de los versos de Secaira y su verisimilitud.
¿Acaso existe una poesía que no es
verdadera, dirán ustedes?
Y me atrevo a responder,
provocadoramente, que sí; y es más, que hay un arte cuyo gesto es inverosímil.
Que me atrevo a sugerir que ese arte y esa poesía, que es un ejercicio de
observancia, y registro, precisamente, no permiten al autor dar consigo mismo,
ni dar cuenta en toda magnitud de su condición más íntima o de su circundante
realidad.
Porque compartimos la idea con
Baudrillard que “vivimos en un mundo de simulación, en un mundo donde la más
alta función del signo consiste en hacer desaparecer la realidad y enmascarar
al mismo tiempo esa desaparición. El arte no hace otra cosa”.
Recordemos por ejemplo la frase de
Platón: «Los poetas mienten». Sin embargo, Platón es quizás el más poeta de
todos los filósofos.
¿Quiere decir esto que el arte y,
en particular la poesía, es un gesto inverosímil, improbable?
Diríamos con Baudrillard, detrás de la
orgía de las imágenes cada cosa se oculta. El mundo se disfraza detrás de la
profusión de las imágenes, como otra forma de ilusión.
Vivimos en un mundo del simulacro de
figuraciones elegantes y mentiras impostoras. Un espectro virtual que invade
todos los aspectos de la vida real en el que el quehacer humano es reemplazado
por un acto de sustitución. La soledad es el espacio que aflige a muchos seres
en la orfandad de un mundo absurdo que ya no encuentra respuestas válidas a sus
angustias.
¿Pero si la poesía es oficio de la
observancia, del andar avizorando, cómo puede extraviar en el camino su misión
dadora de sentido cardinal a las cosas circundantes?
El primer rasgo poético que se advierte
en los versos de Secaira es, precisamente, su poder de permitirle dar consigo
mismo. Una suerte de encuentro eidético, esencial, del poeta con sus sustancias
más verdaderas. Y es que este poeta trabaja con materiales nobles, por
auténticos. Y entre ellos subyace, como un magma en ascenso, la desdicha, el
extrañamiento existencial ante un mundo contrahecho, cual vértigo sartreano que
llama a regurgitar angustias y sinrazones.
Desde que Paul Nizan, otro sartreano por
antonomasia, dejara escrita su amarga sentencia juvenil han pasado algunos
lustros: Yo tenía 20 años y no
permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de esta vida. Todo amenaza a un joven con la ruina:
el amor, las ideas, la pérdida de su familia, su entrada al mundo de los
adultos.
A poco hurgar se advierte que la
historia se repite como tragedia con algunas variantes.
Nizan aludía, no sólo a una rebeldía
sobre un momento histórico, sino a una rebeldía existencial.
Secaira alude al vestigio que nos deja
la desdicha: el dolor es un
ancla, no metáfora de la maldición, dice.
El no categórico y abstracto de Nizan se
ha llenado de sentidos concretos: hoy el capitalismo ya no es el reino
promisorio, es una ideología y un sistema económico que muestra hoy su entraña
más feroz y, al mismo tiempo, más encubierta en la posmodernidad.
Ya no hay patria ni ciudad / ni nada
cobijando miedos / reírse luego escupir/ inventar bromas
Frente a este sistema social de
simulaciones y realidades encubiertas, la poesía no es la simple amonestación
de un acto de fe. Se trata de fomentar y de apoyar determinadas acciones
políticas de transformación social y cultural.
Sin embargo, coincido con Baudrillard
que insiste en que la tarea del
arte y del pensamiento radical es la de hacer el mundo todavía más
ininteligible. Hay que devolver las cosas centuplicadas: eso es el intercambio
simbólico. Hay que devolver más de lo que hemos recibido. Hemos recibido un
mundo ininteligible, tenemos que volverlo más ininteligible todavía.
Si esa es la obsesión por forzar la
realidad, ¿Qué queda entonces a la poesía de un poeta como Secaira?
Pues le
resta el desafío de lo real, de inventar otro mundo, otra escena. Una radical
afirmación de Canetti -cito a Baudrillard- cuando habla del fin de la historia,
alude a que hemos pasado la línea de lo verdadero y falso, donde ya no hay reglas
del juego, continuamos una especie de desconstrucción. Algo similar ocurre con
la poesía.
Esta
noche estamos, precisamente, frente a la tentativa de husmear en la creación
poética de Secaira y vislumbrar si se recuperan dos condiciones claves del
arte: la seducción de lo sensible y el sentido.
Ya se nos dijo que el arte no es nunca
un reflejo mecánico de las condiciones positivas o negativas del mundo, es la
ilusión exacerbada, es su espejo hiperbólico.
Si la poesía explora la insignificancia
del mundo y por medio de sus imágenes contribuye al sentido de ese mundo; en
esa búsqueda reduce las cosas a la abstracción. El arte, en su conjunto, puede
no ser otra cosa que el metalenguaje de la banalidad.
Cuando el neofigurativista Carlos Rosero
pinta sus figuras esperpénticas, me recuerda los versos de Secaira; seres
extraviados en una ciudad sin coordenadas concretas, que puede ser toda ciudad
de este mundo en que el extravío es la constante.
La cerveza viene y va junto con las
miradas / cuerpos caminando por inercia voces transando/
Siempre transando / Todo puede ser
transado hasta la fantasía más bizarra /
La música embala a los clientes / mueven
la cabeza superiores / delfines, lobos, camaleones/
Fingir. Segundo verbo más conjugado de
este lugar.
La enajenación es la forma del
simulacro, porque no es dicha vivir ese universo de productos prefabricados,
artefactos, signos y mercancías, donde las cosas ejercen una función artificial
e irónica por su propia existencia.
Todos estos artefactos, objetos e
imágenes artificiales ejercen sobre nosotros una forma de deslumbramiento fatuo
por la fascinación de los simulacros. Es en ese espacio yermo que la poesía de
Secaira nos devuelve la dicha, la dicha de la lucidez que se pregunta ¿dónde se
ha ido la constelación del sentido? Aquí en estos versos de No es dicha,
tampoco hay un embustero integrado a la bufonería de la mercancía y su puesta
en escena.
Inhalar ausencias derramadas por otros,
para qué / Esa no es la idea /
Desnudo en el desván machaco mis odios.
En esta superproducción de posmodernidad
en la que todos actuamos, en la que cae en descrédito todo ideal de futuro y la
temporalidad histórica se repliega sobre el presente, la poesía de Secaira
restaura el valor simbólico y trascendente de las cosas circundantes, es decir
vuelve al leitmotiv poético de seducirnos en lo sensible y retribuirnos el
sentido de los elementos.
¿Es la suya una poesía de adornos
hiperbólicos?
No, eso no es posible en sus versos. Por
eso el Premio Nacional de Poesía
Jorge Carrera Andrade, año 2012, cayó en buenas manos y en buena lengua.
Palabra necesaria la suya, de versos encontrados a la vuelta de una vivencia
cotidiana.
El estampido nos movió / las ventanas se
vistieron de sangre / cunetazo limpio sordo /
Yo tres años de edad con el presente
roto camino carretea abajo / cadáveres: del único tren de la memoria / en la
humareda unas manos me recogen me vuelven a mi sitio /
Palabras extraviadas confusión del
desastre el verbo sobra cáliz letal accidente/
La posibilidad de un comienzo.
Poesía evocativa y provocativa de
añoranzas y pretéritos perfectos, en que el pasado no regresa anclado a un mero
registro de la memoria, sino que iza velámenes para emprender una travesía
existencial que no está exenta de dolores y desdichas.
Recreada la imagen a partir de la
vivencia, ésta se hace poesía claroscura, vislumbre sombrío, dialéctica de
contrarios, que recrea la poética de Secaira, escrita en un muro en penumbras
donde cuelgan versos de un poeta dolido por un pasado que se escabulle y
escamotea la dicha de un presente de añoranzas urgentes.
Por lo menos he llegado lejos en la vida
/ conozco mis miedos / me sobrepasan
Dijimos hace un tiempo, a propósito del
recital Seis poetas Seis voces, donde Secaira dejó oír la suya: “Asistir a un
recital colectivo de poesía en un mundo de comunicaciones virtuales, discursos
parafrásticos y simulaciones electrónicas es, en definitiva, una tentativa que
bordea la más flagrante utopía. Significa volver a recobrar la fe en la palabra
que busca la emoción, como condición poética esencial.” Y no nos equivocamos.
La palabra poética de Secaira nos
devuelve, por antonomasia, la fe en lo real, sin simulacros. Lo reiteramos una
vez más: Juan Secaira, poeta
del desencanto, el descrédito de lo circundante es lo suyo: Encontrar la belleza en eso que
dicen fealdad. ¿Un antipoeta,
que acorrala al verso en su propia antítesis? Como
un calambre fue la felicidad / Imprevista reacción del espíritu
ante la eventualidad del diario vivir. Su
poesía es la de un vaticinador de antípodas de aquello que no llega a ser: La vida nos lleva / Víctimas
no somos / Solo extraños. Y así vaticina: Nadie más tocará nuestra sangrante
belleza enajenada, violada y dispuesta a escabullirse.
¡Vaya oficio de hurgar y evocar en las
densidades del ser aquello que no fue o será! Aspiración dual de un ser y no
ser que trae consigo esta poesía inhóspita que no se deja habitar fácil por las
emociones del lector, porque está ahí como un presagio, un designio, una verdad
largamente fermentada en la encimas del alma atribulada del poeta. En semejante
trance la poética de Secaira es conmoción y emoción, como diría Ezra Pound.
Cuando el jurado otorga un premio, se
hace eco de las resonancias de un poeta y asume la responsabilidad de
entregárnoslo entero, en sus aciertos y desaciertos. En esa medida, el libro No
es dicha, galardonado en justa lid, no es una obra premeditada, no es un fruto
perfecto, sino un soplo esencial de vida que intenta persuadirnos de que la
poesía es la búsqueda de una emoción a través de la palabra.
La poética de Juan Secaira en su libro No es dicha, vislumbra con
certeza el otro lado de aquello que no es dicha. Insinuante tentativa que, por contraste,
nos remite a un mundo de plenitudes, añorado como una ausencia. Sugestiva promesa trae consigo el instante
poético de No es dicha:
la esperanza gesto desapercibido que
vuela, como atisba Juan Secaira.
Este poeta itinerante, de vislumbre
sombrío que es Juan Secaira, en su segunda edición de No es dicha, que pongo a
consideración de ustedes, nos remite a un reencuentro con una poesía necesaria
y de servicio público. Nunca un gesto privado tiene tanta significancia
colectiva que cuando quien lo ejecuta tiene una clara vocación de servir. ¿Para
qué sirve la poética de Juan Secaira? Pues para alumbrar y vislumbrar el
camino, para destellar entre vericuetos de un mundo absurdo que habitamos
definitivamente solos; lo dicen sus propios versos:
Como si vivir fuera contener la sangre
hasta que a borbotones explote.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)