Como el humo o las nubes
que entre nubes se esconden,
se puede guardar algo,
mas no ocultar lo inocultable.
Faltan sujetos y predicados para dialogar,
el barrio sumergido en hélices
de fieros helicópteros,
manifestantes legítimos, entronizados otros, en eso que se llama caos, oficial o pagano, mientras el poder inhumano se resguarda y empequeñece en discursos vacíos.
También me manifiesto, puedo,
tengo derecho,
aunque solo me quede
la mano izquierda para lo que resta
y vaya dejando estelas
sobre la desafiante oscuridad
que también flamea.
Todo es ruido e incertidumbre,
pero escribo,
siempre lo he hecho entre el ruido
y la incertidumbre.
El tiempo me pasa factura en incómodas cuotas que sustento con la clave de sol
de mi voz expuesta y herida.
No me siento triste por la enfermedad,
que no es un fracaso sino la tensa revelación de mis propios límites corporales, anímicos, diestros, siniestros.
La relatividad de las formas que deforman
sus colores.
Hoy mi madre ha llorado sin consuelo
al percatarse, como un golpe de luz,
que mi cuerpo se va despidiendo,
rebelde y libre. (In) cansable.
A qué clase de personas no les duele su país, sus madres, sus hijos, su realidad,
sus enfermos, sus raíces.
A mí me duele, y Perseo va dejando paso
al eco distante de la tránsfuga posesión
del abandono.