martes, 24 de mayo de 2022

MERCADO

 

El mercado Santa Clara está a unas cuadras de mi casa.

Voy, piño a piño,

paso a paso,

con el apuro de la pausa,

de bajar y subir

con sigilo.

 

El bullicio me gusta,

me emparenta con el barrio.

 

Caserito, dicen las jóvenes vendedoras.

Caserita, respondo.

 

Busco lo que he venido a comprar.

 Alfalfa para la conejita

que salta y disfruta con nosotros

desde hace un mes.

 

Gestos de contradicción.

 

La calle es así,

a veces nos pega en el rostro con violencia;

a veces, con magnanimidad.

 

Cruzo el mercado,

con una mano llevo la bolsa de compras;

me siento adolorido.

 

Vengo solo, pero no estoy solo;

diferencia atribuida a los sentimientos

que pululan como avispas,

como abejorros,

como luciérnagas.

 

El aleteo de las palabras es leve,

son vuelos atentos,

reproducidos,

particulares.

 

Veo uniformados

y me cambio de vereda.

 

Mi camuflaje no uniforma

ni pretende hacerlo.

 

Tampoco pienso en por qué

no razono

acerca de mi enfermedad,

porque eso sería ya razonar;

algo que no quiero hacer.

 

Suelto, no me conceptualizo,

paso la avenida,

llena de huecos y desgastes.

 

Llego a mi destino,

a través de la ventana principal

no me veo.

 

No.