Por:
Adrián E. L. Albuja
Es
el reflejo de una sociedad en todo su “esplendor”, o mejor dicho en su
decadencia; es una obra en donde podemos vernos tal cual somos, desnudos frente
a las conductas que aplicamos con tanta naturalidad, o peor aún, que vemos
llenos de omisión y complicidad.
Algún
amigo de Juan Secaira dijo una vez en una conversación: “…Para leer esta clase
de literatura, como la que escribe Juanito, debemos seguir un curso aparte…”, y
es que tiene razón (no en forma literal), sino que para leer al Sujeto de ida debemos convertirnos, y
ser sujetos, porque uno se siente plasmado entre tus páginas, se ve cojeando
moribundo frente a sus versos, encuentra un enlace entre la poesía y su vida de
tal forma que evoca sencilleces y complejidades de forma cotidiana, como: el
amor, el sexo, la aventura romántica, la desdicha, la frustración, una pintura,
la universidad, etc.
Cosas
que alguna vez viviste y tuviste pero no recuerdas, o no les prestaste
suficiente atención hasta darte cuenta que compartes desgracias con un Sujeto de ida, y que lo que conocías con
un nombre, verdaderamente tiene miles, y que puedes encontrarte en lo más
simple como la descripción de un lienzo (LIENZOS), o sobre unas sábanas
húmedas… no importa cuál sea la situación, simplemente estás allí con tu vida
absoluta develada frente a la voz poética, y el tiempo en tu universidad, el
desobligo natural, tiene un nombre, y tiene varios, y todos los tomas y los
ves.
En sí
mismo cada verso se va enmarañando de forma bizarra con una parte de tu vida, y
con menos sentido del que parece tener te da un flechazo al alma y arruga tus
pensamientos trayendo fases de tu vida en las que pensabas estar, y no
estuviste; retorcido entre un verso y otro, intentas percibir la realidad que
no es otra que la tuya misma, y te topas con tu desdén juvenil, y allí se abre
una herida a la cual te prestas inocente y te dejas llevar por instinto de
forma masoquista y cínica.
Y se
contempla la muerte bajo las lupas de la humanidad, de una humanidad equívoca,
incompleta y disfuncional, que sabe que tarde o temprano contribuirá al
alimento de la tierra, pero que dentro de eso ve las bellezas depresivas de la
vida.
Es
algo difícil de comprender, pero a su vez provoca ese sabor dulce en la boca, que
te indica lo bello, lo propio; para mí no fue intencionada la obra sin embargo
me siento identificado como tal, como el sujeto de ida, y siento que cada verso
fuese el revestimiento de mi vida, y fuese “…la máscara que usa la tristeza en
las horas de visita…”, y la insignificante existencia, que realmente no sabes
si fuiste, eres o serás, si estás o no, y si aún sigues siendo el que creías
ser.
Leerlo
es disfrutar de las cosas pequeñas que ofrece la vida, y deleitarse en tus
errores e inconsistencias, que como ser humano estás lleno de ellas; es verte
teniendo una eyaculación, verte tomando unas cervezas, exactamente igual que
verte siendo tú mismo.
Si
aceptas el reto de conjugar tu vida con la del Sujeto de ida, que inconscientemente lo aceptas al leer su primera
página, debes saber que la invitación hacia el misterio, hacia esa necesidad
oscura del SÍ, te absorberá por completo, y pasarán días, y seguirás en tus no
muy ortodoxas prácticas, pero ahora con una estrella bajo tu brazo.
Sabes
que lo material y tangible ya no tiene misterio, pues es ahí donde NO está la
poesía; al contrario, es cuando todo eso tambalea y tus sentidos se confunden y
mezclan con tus sentimientos y recuerdos, donde nace la poesía, llevándote al
éxtasis, consumido por un verso, una estrofa, un poema, un libro.
Hay
cosas dentro de esta obra que pensaste alguna vez y no te atreviste a decir por
miedo a sonar arrogante o no ser “apropiado”, y después de volverlas a vivir y
sentir, desde la visión del sujeto, sabes que estás en lo cierto, sabes que no eres
el único en pensarlo, sabes que es estúpido pensar algo sin decirlo, sabes que
esos arrebatados momentos de irreverencia son las garras de tu SUJETO y que
solamente es una entrada para lo que se viene.
Es el
clímax constante que nos ofrece Juan, de inicio a fin, esa tensión mantenida y
no perdida, incansable, es eso lo que hace disfrutar de lleno la obra,
sentirla, percibirla, y abrirle una herida enorme a tu cuello para sepultar una
cita, y tatuar en tu alma alguna ridícula identificación de “IDA”.
En
la complejidad demandada por el libro, si algún día alguien pidiera mi opinión
acerca de él, (cosa que dudo mucho suceda, y si sucede no es algo que interese
mucho, pues no soy yo el artista creador), podría decir que es simplemente
maravillosa, excitante de principio a fin, rica en amor y desamor, dotada en
expresiones del alma, que posee una sobredosis de vida, así como de muerte
simultánea; podría yo decir que es la historia de mi vida, de su vida, y de la
tuya; podría decir que simplemente la leas y te tomes tú el trabajo de
opinarla, pues por más “Narciso” que seas, no podrás interpretar al sujeto sin
serlo.
Si
pudiera decir algo relacionado al libro, diría que lo tomes y no lo sueltes
hasta que tus manos pasen a ser alimento de gusanos, y que lo releas cada
semana, porque el Sujeto de ida tiene
algo nuevo que darte, y algo nuevo que jugarte en la mente.
Es
para mí el vicio de releer este libro cada semana.
Lo
que puedo decir del Sujeto de ida:
Toma el sentido fatídico mortal del hombre y lo deposita en un gran saco de
basura como es el mismo hombre.
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