Soy Juan Secaira Velástegui y sufro de ELA. vejiga neurogénica y dolor crónico , y digo sufro porque te cambia todo, transforma tu realidad de forma espantosa y constante, pero no debe quitarnos jamás la dignidad.
Por ello, estoy de acuerdo con la aprobación de la eutanasia, como un derecho de las personas con enfermedades progresivas, degenerativas y terminales a decidir qué hacer con su existencia.
Los enfermos, históricamente, lo que menos hemos tenido son reales derechos. Lo primero que nos ha quitado esta sociedad excluyente, y en ocasiones nuestro entorno más íntimo, es el poder de decidir por nosotros mismos y según nuestros anhelos y preferencias. Muchos enfermos han sido escondidos, humillados o simplemente botados a la calle.
Incluso las religiones hablan del libre albedrío, de la toma de decisiones individuales, y ninguna creencia puede ocasionar, con su testarudez, más dolor al dolor.
La ley protege nuestra libertad de expresarnos, más cuando este es un pedido honesto y valeroso de una persona que tiene sus razones para invocar a la eutanasia, sin que por ello deba ser puesta en tela de juicio o de reprobación. Es su derecho, y, por tanto, no entendería que se lo nieguen, pues esta acción, la de oponerse a su petición, vendría a ser inhumana, injusta y brutalmente violenta.
Si la mayoría de personas que opinan en contra no se han preocupado jamás por los enfermos, con qué cara podrían, en estos momentos, actuar de una manera hipócritamente moralizadora o con el prejuicio de pensar que el sufrimiento es parte de la vida y que debemos aguantarlo en forma silenciosa y hasta sumisa.
Dichas voces murmuran acerca de algo que desconocen, y lo hacen solamente por ignorancia, egoísmo y por el sentido ciego de proteger el status quo como si fuese inamovible y perfecto. Y no lo es.
Por eso escribo esto. No para producir lástima ni para pedir un favor, sino para exigir un derecho, que ya otros países lo tienen.
La eutanasia permite partir de este mundo dignamente, como debe ser, con la cabeza en alto y sin padecer, sino con paz y alrededor de nuestros seres queridos; en un momento relajado, sereno y conectado con el entorno y con nosotros mismos.
Miro con ojos de admiración y respeto a Paola Roldán y a su deseo, que nos atañe a todos y repercutirá en que otros enfermos tengamos la libertad de tener la posibilidad legal de asumir qué hacemos con nuestra vida, sin necesidad de escondernos, de suicidarnos clandestinamente, de vernos perdidos e impotentes y de, con esas acciones, causar un trauma irrecuperable a nuestros seres queridos, haciendo de nuestra muerte, ahí sí, una tragedia absolutamente desgarradora. Innecesariamente.