“Para
escribir solo hay que hacerlo, no parecerlo”.
Siento que ese debería ser el lema
de Juan, a quien imagino en su escritorio escribiendo salvaje y
desesperadamente, con el que me encuentro caminando a mediodía por la Amazonas
de las manos de sus hijos, que los acaba de recoger de la escuela; con quien
las conversaciones no tienen tiempo ni ganas de acabarse cuando vamos por una
cervecita al restaurante griego.
Del momento de la pasión, de eso
se trata este libro Sujeto de ida, de
esa espera dramática, de un abrazo.
La ansiedad, las máscaras, la
avidez, los caprichos y antojos son sus aliados, también la pena, pero eso sí,
sin afán de víctimas, eso bajo ningún concepto. Conozco a Juan hace ya algún
tiempo y sé que su lucha va por otro lado, se va hacia lugares donde puede
renacer constantemente.
Su poesía es aguda, está sólida y
plantada, se siente un pisotón en el momento de terminar cada uno de los treinta
y un poemas que dan vida a Sujeto de ida,
como para ponerse firme ante el siguiente, simplemente no hay descanso ni siquiera
cuando terminas el libro, te deja sembrada la posibilidad o el finiquito en
imágenes impetuosas y efervescentes.
La inocencia de Juan es una
jugada sucia, se entrevé de soslayo, entrelíneas y cuando crees que te vas a
encontrar con ella, cae el hachazo del atropello, del delito, del ido, de este
sujeto que te está llevando al quiebre página a página y con descontrol.
Cito a Juan:
Portada: Luigi Stornaiolo.
Promesa
del padre en mandil y estetoscopio: danzar con cuerpos de muerte.
Frases estremecedoras como esta –que
rebosan en Sujeto de ida– nos
devuelven a la necesaria soledad, a obedecer al sentimiento, a escaparnos de
este mundo horrible lleno de gente, a darle finalmente el tiempo que se merece el
desamparo.
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