viernes, 1 de agosto de 2014

Sujeto de ida, por Silvia Stornaiolo


“Para escribir solo hay que hacerlo, no parecerlo”.  

Siento que ese debería ser el lema de Juan, a quien imagino en su escritorio escribiendo salvaje y desesperadamente, con el que me encuentro caminando a mediodía por la Amazonas de las manos de sus hijos, que los acaba de recoger de la escuela; con quien las conversaciones no tienen tiempo ni ganas de acabarse cuando vamos por una cervecita al restaurante griego.

Del momento de la pasión, de eso se trata este libro Sujeto de ida, de esa espera dramática, de un abrazo.

La ansiedad, las máscaras, la avidez, los caprichos y antojos son sus aliados, también la pena, pero eso sí, sin afán de víctimas, eso bajo ningún concepto. Conozco a Juan hace ya algún tiempo y sé que su lucha va por otro lado, se va hacia lugares donde puede renacer constantemente.

Su poesía es aguda, está sólida y plantada, se siente un pisotón en el momento de terminar cada uno de los treinta y un poemas que dan vida a Sujeto de ida, como para ponerse firme ante el siguiente, simplemente no hay descanso ni siquiera cuando terminas el libro, te deja sembrada la posibilidad o el finiquito en imágenes impetuosas y efervescentes.

La inocencia de Juan es una jugada sucia, se entrevé de soslayo, entrelíneas y cuando crees que te vas a encontrar con ella, cae el hachazo del atropello, del delito, del ido, de este sujeto que te está llevando al quiebre página a página y con descontrol.

Cito a Juan:

Portada: Luigi Stornaiolo.



Promesa del padre en mandil y estetoscopio: danzar con cuerpos de muerte.


Frases estremecedoras como esta –que rebosan en Sujeto de ida– nos devuelven a la necesaria soledad, a obedecer al sentimiento, a escaparnos de este mundo horrible lleno de gente, a darle finalmente el tiempo que se merece el desamparo.

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