Impulsado por sus ganas entrañables de no
asfixiarse con el humo negro, nocivo, del smog de una lírica que aún contamina.
Nos contamina. Este brillante poeta (conste que soy renuente a los adjetivos,
zalamerías y compañía), prolonga el canto profundo: “Prolongación del canto en el roce de los dedos de la mano
izquierda”, dice su poema Roce. Poesía vital. Siempre mis visitas
a su hogar me asombran, me llenan de luz inmarcesible, inextinguible. La luz de
su silencio.
Juan Secaira huye de la lástima y asume la
poesía como un estoico contemporáneo, riéndole a sus hijos y a su esposa. A sus
padres y a sus amigos. Y yo río con él. Porque, como sostenía Roberto Bolaño: “Literatura + enfermedad = enfermedad”. No
jodan. “Toda enfermedad culmina en el
momento de nombrarla”, nos dice Secaira.
Y él lo dice en poesía. Grandeza de ser humano y poeta.
Y el asunto no queda así. Juan Secaira
sentía y siente: “un desafío por en vida
no estar” y no le molestaban ni le
molestan “los ruines que siempre hubo y
habrá”. Inmenso en talla física. Inmenso
en vuelo poético.
Juan Secaira Velástegui no dejes de
prender fuego. El fuego que sabe cuánto has demorado en escribir vida. Poeta
con mayúsculas, tu fuego no se apagará nunca.
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