Hubo un tiempo,
varios años, en realidad, en el que el insomnio me acompañó tanto como los
malos reflejos, si se pudiera pasar todo a limpio —si la vida diera esa
oportunidad de revolver el pasado— diría que también hubo malas decisiones —en lo
que cabe el asunto tan relativo de buenos y malos.
Lo que no dejé de
hacer —creo yo que por instinto— es dejar de ver a mis hijos, a mi esposa, dejar
de verlos quiere decir preocuparme por ellos, pasar con ellos, darles lo mejor
que tengo, escucharlos, que me escuchen desde la imperfección de los actos que
determinan nuestra humanidad, nuestro transcurrir en esta tierra. Que no es
otra cosa que seguir haciendo y rehaciendo mi vida para desde allí proyectar lo
que soy y también lo que no soy.
Siempre he dicho —incluso
antes de tener hijos— y lo reafirmé después, que la herencia válida y humana en
su contraste es no aflojar, seguir anhelando algo, no remitirse a la
estabilidad.
Sin egoísmo, con cierto orgullo, porque después: ¿cómo les digo que crean en
ellos mismos, que persigan sus anhelos, que descubran su vocación, si yo no lo
hubiera hecho?
Tampoco creo que
los hijos te cambien; lo importante es hacerlo de corazón y por uno mismo, sino
mutará en un azoro mucho más inhumano.
Claro que fue
sorpresa el nacimiento de dos hijas en lugar de una. Mellizas se dice fácil,
pero hay que vivirlo. Doble amor. Doble o nada.
Largo sería narrar
las bromas, las caídas, la aventura de su existencia sin la obligación de que
sean, simplemente que experimenten, que entiendan, que sientan.
Si algo me ha dado
la condición de salud en la que me encuentro es más tiempo para estar con mis
hijos. Para compartir leyendo, realizando las tareas o escuchando música y rimando
de broma, riéndonos, molestándonos, contándonos historias. Y mi hijo, mayor
para las mellizas con cuatro años, es un vital soporte por su carácter, por su
genuina intención de ser un buen hermano, un buen hijo, sin obligaciones,
porque le nace. También me han visto trabajar, como freelance y sin horario,
con pasión por lo que tanto me gusta.
Hemos logrado que
la poesía no sea un asunto meramente intelectual, que se transforme en una
experiencia cotidiana, que nos modifique la manera de pensar y actuar, que nos
acompañe no como un evento aislado o ajeno a nuestras vidas.
Mis hijas suelen
repetir que ser las hijas de un poeta algo de bueno debe tener. Ja, ja. Más cuando
se les ocurre alguna travesura o quieren hacer un invento o pedir que vengan
sus amigas. Siempre nos ha gustado que nuestros hijos estén rodeados de amigos,
que no se aíslen, que su ímpetu no se vea coartado por una pared infranqueable.
Digo nosotros
porque con Tatiana hemos logrado un entendimiento hermoso —no quiere decir que
a veces no discutamos, preferimos la intensidad al quemeimportismo—, pero con
respeto hacia el otro, hacia lo que desea, lo que piensa, lo que quiere;
sabiéndonos diferentes lograr que eso se convierta en una fortaleza y no en una
mezquindad.
Asumiendo que hay
un espacio absolutamente individual, donde cada uno toma las decisiones que
considera pertinente.
El mundo de la escritura es —por definición— un mundo solo, escribo solo y lo comparto o no lo comparto, pero sin concesiones, asumiendo el riesgo que eso involucra. Así mismo es la vida de los hijos, independiente pero no alejada; vivaz, fuerte, real.
El mundo de la escritura es —por definición— un mundo solo, escribo solo y lo comparto o no lo comparto, pero sin concesiones, asumiendo el riesgo que eso involucra. Así mismo es la vida de los hijos, independiente pero no alejada; vivaz, fuerte, real.
Solo en esta carta
—y a manera de información— se les dice mellizas; en el día a día son Laura y
Cristel; Cristel y Laura; dos por uno, para uno, para cinco que se multiplican
porque también gozan de la presencia de sus abuelos paternos; no desde el mimo
solamente; desde el aprendizaje amplio y generoso, desde las posibilidades que
nos da la existencia cuando aprendemos a ver, a vernos, cuando comprendemos que
viajar no es solamente irse sino saber regresar o quedarse aun yéndose para
siempre.
Y el día a día
crea un ejemplo silencioso. Más que no creer en la política o en la religión;
mis hijos han crecido rodeados de artistas, de personas involucradas en el
mundo editorial, de vecinos amigables o no tanto, de una realidad con sus
matices, de lo que cuesta —sin dramatismos ni tremendismos— vivir, de lo
maravilloso de la fe como constructora, como aliciente para llegar a un
conocimiento pleno, a un sentimiento congruente y veraz.
Estoy convencido
de que cada persona se ubica en el lugar que quiere, que le hace sentir más
seguro, cómodo o con un poco de autoridad. Yo no soy, ni seré un padre
impositivo, machista, celoso o dictador de que se haga mi voluntad. No. Es un
aprendizaje que me ha llevado años y que he tenido en cuenta precisamente
porque el amor debe servir para algo más que para limitarse a justificarse en
su nombre.
Solo decirles a
mis hijas, feliz cumpleaños, que sigan enseñándonos la magia de sus vidas, la
contundencia de su palabra, la enormidad de sus actos; que —por suerte— se han
criado en un barrio —con sus altas y bajas—, y eso les ha servido para aprender
el verdadero sentido del respeto hacia los demás y hacia uno mismo.
Les dejo unos poemas
que escribí para ellas, más bien pensando en ellas, en que me han acompañado en
mi trayecto literario despojadas de prejuicios y taras, siendo en aquellos
instantes que tanto atesoramos y dejamos volar cada día.
En ocasiones regresa el insomnio —ya no con la fuerza de antes—, pero ya no me hago mal, únicamente prendo la lámpara sin hacer ruido, leo, escribo, borroneo textos que al otro día rompo o tacho, porque la vida también está hecha de lo que pudo haber sido —y aunque no fuera— es en varios niveles también parte de nuestras vidas.
En ocasiones regresa el insomnio —ya no con la fuerza de antes—, pero ya no me hago mal, únicamente prendo la lámpara sin hacer ruido, leo, escribo, borroneo textos que al otro día rompo o tacho, porque la vida también está hecha de lo que pudo haber sido —y aunque no fuera— es en varios niveles también parte de nuestras vidas.
Fuego
Para mi hija Laura.
Conmueve el hecho
de la vida
de saberla franca y gozando sus días.
de saberla franca y gozando sus días.
Hay descontrol oculto en esa experiencia.
Lápices de colores pasos de baile y una voz cantando.
Acercarse a la posibilidad porque de la muerte no se puede escribir
sin caer en suposiciones.
Sin embargo algo brilla donde la luz se une con el último escalón.
Figuras geométricas para no hablar
o porciones de metal rastrillando otro anhelo.
o porciones de metal rastrillando otro anhelo.
La lluvia
y el sentimiento contenido
donde Laura es fuego
y sereno.
Agua
Para mi hija Cristel.
La
finitud es como un hilo imposible de cortar sin el permiso de alguien.
Una autoridad revierte lo dicho y
lo hecho los transforma en olvido.
Ninguna
naturaleza dispuesta a rocas y hastíos será considerada ni prendada.
Desde el momento del primer suspiro
batas blancas
premura del ser
ya los cortes estaban dados y
otorgados
ya los ojos eran propiedad de una
mirada.
La
nalgada esboza una transición
con la imagen azul de mi hija
entre los vidrios del hospital
público.
Extensiones
de tubos
agujas
mangueras
termocuna
el primer hogar
llantos
inmensos como amigos de noches alteradas por cofias rubicundas.
Finitud:
un pinchazo.
Agua.
Mariposa
Mundos en sintonía y caos
una fe todavía en la palabra
salva
incluso sin sanar
el infierno se convierte en
nieve
vamos reduciendo la
incertidumbre
el frío mata y
mi hija Cristel grita
miren una mariposa
sin señalar a ningún lado
levantamos la mirada y no la encontramos
ella señala su plato
ella señala su plato
en él descansa
una pequeña mariposa
hecha de pan.
Su
mundo
Las normas encima del valor dicen
en su escuela
la culpa y el prejuicio en
reemplazo del arte
es rebelde Laura y es la dueña del
mundo se queja su profesora
sin entender
que Laura es rebelde y la dueña de
su mundo
el sicólogo acusa y se esconde en
los escombros de la mayoría
justificándose en diminutivos y
propósitos inhumanos
sutil es el encanto de lo que no se
ve.
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