domingo, 2 de septiembre de 2018

Cumpleaños 10



Hubo un tiempo, varios años, en realidad, en el que el insomnio me acompañó tanto como los malos reflejos, si se pudiera pasar todo a limpio —si la vida diera esa oportunidad de revolver el pasado— diría que también hubo malas decisiones —en lo que cabe el asunto tan relativo de buenos y malos.

Lo que no dejé de hacer —creo yo que por instinto— es dejar de ver a mis hijos, a mi esposa, dejar de verlos quiere decir preocuparme por ellos, pasar con ellos, darles lo mejor que tengo, escucharlos, que me escuchen desde la imperfección de los actos que determinan nuestra humanidad, nuestro transcurrir en esta tierra. Que no es otra cosa que seguir haciendo y rehaciendo mi vida para desde allí proyectar lo que soy y también lo que no soy.

Siempre he dicho —incluso antes de tener hijos— y lo reafirmé después, que la herencia válida y humana en su contraste es no aflojar, seguir anhelando algo, no remitirse a la estabilidad. Sin egoísmo, con cierto orgullo, porque después: ¿cómo les digo que crean en ellos mismos, que persigan sus anhelos, que descubran su vocación, si yo no lo hubiera hecho?

Tampoco creo que los hijos te cambien; lo importante es hacerlo de corazón y por uno mismo, sino mutará en un azoro mucho más inhumano.

Claro que fue sorpresa el nacimiento de dos hijas en lugar de una. Mellizas se dice fácil, pero hay que vivirlo. Doble amor. Doble o nada.

Largo sería narrar las bromas, las caídas, la aventura de su existencia sin la obligación de que sean, simplemente que experimenten, que entiendan, que sientan.

Si algo me ha dado la condición de salud en la que me encuentro es más tiempo para estar con mis hijos. Para compartir leyendo, realizando las tareas o escuchando música y rimando de broma, riéndonos, molestándonos, contándonos historias. Y mi hijo, mayor para las mellizas con cuatro años, es un vital soporte por su carácter, por su genuina intención de ser un buen hermano, un buen hijo, sin obligaciones, porque le nace. También me han visto trabajar, como freelance y sin horario, con pasión por lo que tanto me gusta.

Hemos logrado que la poesía no sea un asunto meramente intelectual, que se transforme en una experiencia cotidiana, que nos modifique la manera de pensar y actuar, que nos acompañe no como un evento aislado o ajeno a nuestras vidas.

Mis hijas suelen repetir que ser las hijas de un poeta algo de bueno debe tener. Ja, ja. Más cuando se les ocurre alguna travesura o quieren hacer un invento o pedir que vengan sus amigas. Siempre nos ha gustado que nuestros hijos estén rodeados de amigos, que no se aíslen, que su ímpetu no se vea coartado por una pared infranqueable.

Digo nosotros porque con Tatiana hemos logrado un entendimiento hermoso —no quiere decir que a veces no discutamos, preferimos la intensidad al quemeimportismo—, pero con respeto hacia el otro, hacia lo que desea, lo que piensa, lo que quiere; sabiéndonos diferentes lograr que eso se convierta en una fortaleza y no en una mezquindad.

Asumiendo que hay un espacio absolutamente individual, donde cada uno toma las decisiones que considera pertinente. 

El mundo de la escritura es —por definición— un mundo solo, escribo solo y lo comparto o no lo comparto, pero sin concesiones, asumiendo el riesgo que eso involucra. Así mismo es la vida de los hijos, independiente pero no alejada; vivaz, fuerte, real.

Solo en esta carta —y a manera de información— se les dice mellizas; en el día a día son Laura y Cristel; Cristel y Laura; dos por uno, para uno, para cinco que se multiplican porque también gozan de la presencia de sus abuelos paternos; no desde el mimo solamente; desde el aprendizaje amplio y generoso, desde las posibilidades que nos da la existencia cuando aprendemos a ver, a vernos, cuando comprendemos que viajar no es solamente irse sino saber regresar o quedarse aun yéndose para siempre.

Y el día a día crea un ejemplo silencioso. Más que no creer en la política o en la religión; mis hijos han crecido rodeados de artistas, de personas involucradas en el mundo editorial, de vecinos amigables o no tanto, de una realidad con sus matices, de lo que cuesta —sin dramatismos ni tremendismos— vivir, de lo maravilloso de la fe como constructora, como aliciente para llegar a un conocimiento pleno, a un sentimiento congruente y veraz.

Estoy convencido de que cada persona se ubica en el lugar que quiere, que le hace sentir más seguro, cómodo o con un poco de autoridad. Yo no soy, ni seré un padre impositivo, machista, celoso o dictador de que se haga mi voluntad. No. Es un aprendizaje que me ha llevado años y que he tenido en cuenta precisamente porque el amor debe servir para algo más que para limitarse a justificarse en su nombre. 

Solo decirles a mis hijas, feliz cumpleaños, que sigan enseñándonos la magia de sus vidas, la contundencia de su palabra, la enormidad de sus actos; que —por suerte— se han criado en un barrio —con sus altas y bajas—, y eso les ha servido para aprender el verdadero sentido del respeto hacia los demás y hacia uno mismo.
Les dejo unos poemas que escribí para ellas, más bien pensando en ellas, en que me han acompañado en mi trayecto literario despojadas de prejuicios y taras, siendo en aquellos instantes que tanto atesoramos y dejamos volar cada día.

En ocasiones regresa el insomnio —ya no con la fuerza de antes—, pero ya no me hago mal, únicamente prendo la lámpara sin hacer ruido, leo, escribo, borroneo textos que al otro día rompo o tacho, porque la vida también está hecha de lo que pudo haber sido —y aunque no fuera— es en varios niveles también parte de nuestras vidas.


Fuego
Para mi hija Laura.

Conmueve el hecho de la vida
de saberla franca y gozando sus días.

Hay descontrol oculto en esa experiencia.

Lápices de colores pasos de baile y una voz cantando.

Acercarse a la posibilidad porque de la muerte no se puede escribir
sin caer en suposiciones.

Sin embargo algo brilla donde la luz se une con el último escalón.

Figuras geométricas para no hablar
o porciones de metal rastrillando otro anhelo.

La lluvia 
y el sentimiento contenido
donde Laura es fuego
y sereno.

Agua
Para mi hija Cristel.
La finitud es como un hilo imposible de cortar sin el permiso de alguien.
Una autoridad revierte lo dicho y lo hecho los transforma en olvido.

Ninguna naturaleza dispuesta a rocas y hastíos será considerada ni prendada.
Desde el momento del primer suspiro
batas blancas
premura del ser
ya los cortes estaban dados y otorgados
ya los ojos eran propiedad de una mirada.

La nalgada esboza una transición
con la imagen azul de mi hija
entre los vidrios del hospital público.

Extensiones de tubos
agujas mangueras
termocuna el primer hogar
llantos inmensos como amigos de noches alteradas por cofias rubicundas.
Finitud: un pinchazo.
Agua.



Mariposa

Mundos en sintonía y caos
una fe todavía en la palabra salva
incluso sin sanar
el infierno se convierte en nieve

vamos reduciendo la incertidumbre
el frío mata y mi hija Cristel grita

miren una mariposa
sin señalar a ningún lado

levantamos la mirada y no la encontramos
ella señala su plato
en él descansa
una pequeña mariposa
hecha de pan.



Su mundo

Las normas encima del valor dicen en su escuela

la culpa y el prejuicio en reemplazo del arte

es rebelde Laura y es la dueña del mundo se queja su profesora
sin entender
que Laura es rebelde y la dueña de su mundo

el sicólogo acusa y se esconde en los escombros de la mayoría
justificándose en diminutivos y propósitos inhumanos

sutil es el encanto de lo que no se ve.




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