Por Edison
Navarro
18/10/2018
No hay punto de
partida definido cuando es el mismo hilo tensor el que sostiene toda una vida o
toda una obra. Sin embargo el hilo vibra, se enreda, se rompe, se anuda y esa
fragilidad permanente es la misma manifestada en la poesía de Juan Secaira. La
palabra que se rompe al igual que la memoria, el amor y el cuerpo, siempre bajo
el mismo sonido.
De seguro ningún
choque aparatoso entre dos autos suena igual siempre, sin embargo en su poesía
se advierte el mismo crepitar, la misma musicalidad y el mismo color de inicio
a fin. Por eso en “LA MALSANA MARCHA A CONTRALUZ” es el vértigo la enfermedad de
Juan, no la neuropatía, ni los males cardiacos y otras afecciones; es el
vértigo con el que recorre todos sus estados para reconocer en la poesía el
equilibrio y lo dice así:
“La poesía es una lagrima de hueso que llora y sostiene,
para no sostener y llorar”
“el poema es una contención ante la desmesura
del silencio”
“poesía el punto donde al volver partimos”
y la sentencia; “Vivir la osada frustración, no importa,
queda la poesía”.
Juan se dice así
mismo un poeta enfermo y crea sus propias reglas para configurar los versos que
hablarán de sus desencuentros: “La
lejanía está tan cerca” dice, línea
que delata quizá la necesidad de verse así mismo en el tiempo, conocerse para
desde ahí entender el dolor: “Por lo
menos he llegado lejos en la vida, conozco mis miedos, me sobrepasan”; señala
en su poema Prestidigitador evocado.
La
enfermedad no radica únicamente en el cuerpo y no implica un mal, es la
enfermedad (entiéndase el impulso de decir) el valor de su poesía, porque ahí está
su relación permanente con el mundo su “Vivir en las alturas que condiciona el
que todo sea cuesta abajo” Es su mal la poesía que galopa por sus venas como un
antídoto que le ha permitido ver la soledad y la compañía inmensurable de sus
hijos, de la mujer con la que espera el taxi tomado de la mano, de su madre
levantándolo de un suelo sucio y ensangrentado cuando decidió partir por la
ventana de un auto, para ser el accidentado que sin un pierna juega fútbol los
sábados y domingos sea en la cancha o en el papel blanquecino que ha enfrentado
a muerte para llegar a esta obra.
Esa confrontación
necesaria entre la poesía vida, guarida, refugio, versus su dolor, mal,
inmovilidad, y certeza de la muerte (discurso filosófico que da razón de la
existencia), vuelve latente el temblor de lo incierto. Se pregunta
“¿Cómo debe ser un enfermo?, ¿Cómo debe
comportarse?”: debe ser un hombre que transforma el entorno doloroso en la
repetición del amor y la belleza en todas sus formas, se responde y nombra a
Pedrito Gil que saca mariposas de los posos sépticos, para afirmarse.
Juan resignifica
el amor, el dolor físico, la metáfora y la soledad desde su condición de
infante – o por lo menos desde esa memoria–, cuando reaprende el mundo al
cambiar por necesidad la mano con la que bocetea el encanto de la palabra; y me
es inevitable pensar a Juan dibujando un autorretrato o el poema “En vértigo”
que como está escrito bien podría ser la descripción de una pintura de
Stornaiolo. Sería un dibujo sobre la pared lo mismo que su verso: “El amor si no es animal no existe”
Este reaprender,
este cambiar de mano, implica también usar otro lado del cerebro y por la tanto
afirmar desde otra sensibilidad que: “se
ha convertido en un animal deforme e inquieto” repleto del miedo natural a
caer y lastimar sus rodillas, caer y lastimar el cristal donde de se mira, la
ternura de sus hijas, de su hijo, siempre a la altura de la vida: y lo confirma
cuando dice: “Ya nos ha pasado antes, lo
de caernos en la calle, alguna veces / sin consecuencias mayores/ para ellas /
Claro”.
“el amor pertenece al lugar que late” es un
verso potente de Juan, no necesariamente por su configuración literaria, sino
por ser la piedra angular que sostiene la fe en contra de un discurso de
resignación; más son los momentos luminosos que aquellos sombríos que
inevitablemente el dolor físico y la conciencia de la partida provocan. Marchar
a contraluz es el acto inevitable que inicia el primer día, con el primer
latido y en ese camino abrazas el amor
que conociste aunque no exista, mueres por partes, enloqueces, haces del
silencio tu patria y por altoparlante dices: Leo su poema altoparlante
“Un mal día lo tiene cualquiera
pero cuando ese día es la síntesis de los últimos días
la cuestión se complica un poco más.
Las maniobras se transforman en azar.
Hoy me ha costado más que otros momentos.
Lo guardo como un secreto
como una mancha más al tigre que sí hará la diferencia.
Pruebas de acierto-error.
Aquí estamos”.
En medio del
dolor está la luz, y aunque te empecines en delatar el cansancio, cada verso de
esta obra por sobre todo habla de un estar acompañado, de una feliz resignación,
de un dolor con pan suave y ante la inevitable necesidad “de un campo extenso para bien seguir”.
Esta la poesía que existe, que se rompe y que a nosotros nos parte en dos.
Sé que otros, con
otros dolores, con otras marchas, con otra luz, verán, en esta obra, su propio
exilio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario