miércoles, 14 de noviembre de 2018

“Que algo se rompa porque existe”






Por Edison Navarro
18/10/2018

No hay punto de partida definido cuando es el mismo hilo tensor el que sostiene toda una vida o toda una obra. Sin embargo el hilo vibra, se enreda, se rompe, se anuda y esa fragilidad permanente es la misma manifestada en la poesía de Juan Secaira. La palabra que se rompe al igual que la memoria, el amor y el cuerpo, siempre bajo el mismo sonido.

De seguro ningún choque aparatoso entre dos autos suena igual siempre, sin embargo en su poesía se advierte el mismo crepitar, la misma musicalidad y el mismo color de inicio a fin. Por eso en “LA MALSANA MARCHA A CONTRALUZ” es el vértigo la enfermedad de Juan, no la neuropatía, ni los males cardiacos y otras afecciones; es el vértigo con el que recorre todos sus estados para reconocer en la poesía el equilibrio y lo dice así:
“La poesía es una lagrima de hueso que llora y sostiene, para no sostener y llorar”
el poema es una contención ante la desmesura del silencio”
“poesía el punto donde al volver partimos”
y la sentencia; “Vivir la osada frustración, no importa, queda la poesía”.

Juan se dice así mismo un poeta enfermo y crea sus propias reglas para configurar los versos que hablarán de sus desencuentros: “La lejanía está tan cerca” dice, línea que delata quizá la necesidad de verse así mismo en el tiempo, conocerse para desde ahí entender el dolor: “Por lo menos he llegado lejos en la vida, conozco mis miedos, me sobrepasan”; señala en su poema Prestidigitador evocado.

 La enfermedad no radica únicamente en el cuerpo y no implica un mal, es la enfermedad (entiéndase el impulso de decir) el valor de su poesía, porque ahí está su relación permanente con el mundo su “Vivir en las alturas que condiciona el que todo sea cuesta abajo” Es su mal la poesía que galopa por sus venas como un antídoto que le ha permitido ver la soledad y la compañía inmensurable de sus hijos, de la mujer con la que espera el taxi tomado de la mano, de su madre levantándolo de un suelo sucio y ensangrentado cuando decidió partir por la ventana de un auto, para ser el accidentado que sin un pierna juega fútbol los sábados y domingos sea en la cancha o en el papel blanquecino que ha enfrentado a muerte para llegar a esta obra.

Esa confrontación necesaria entre la poesía vida, guarida, refugio, versus su dolor, mal, inmovilidad, y certeza de la muerte (discurso filosófico que da razón de la existencia), vuelve latente el temblor de lo incierto. Se pregunta
¿Cómo debe ser un enfermo?, ¿Cómo debe comportarse?”: debe ser un hombre que transforma el entorno doloroso en la repetición del amor y la belleza en todas sus formas, se responde y nombra a Pedrito Gil que saca mariposas de los posos sépticos, para afirmarse.

Juan resignifica el amor, el dolor físico, la metáfora y la soledad desde su condición de infante – o por lo menos desde esa memoria–, cuando reaprende el mundo al cambiar por necesidad la mano con la que bocetea el encanto de la palabra; y me es inevitable pensar a Juan dibujando un autorretrato o el poema “En vértigo” que como está escrito bien podría ser la descripción de una pintura de Stornaiolo. Sería un dibujo sobre la pared lo mismo que su verso: “El amor si no es animal no existe”

Este reaprender, este cambiar de mano, implica también usar otro lado del cerebro y por la tanto afirmar desde otra sensibilidad que: “se ha convertido en un animal deforme e inquieto” repleto del miedo natural a caer y lastimar sus rodillas, caer y lastimar el cristal donde de se mira, la ternura de sus hijas, de su hijo, siempre a la altura de la vida: y lo confirma cuando dice: “Ya nos ha pasado antes, lo de caernos en la calle, alguna veces / sin consecuencias mayores/ para ellas / Claro”.

“el amor pertenece al lugar que late” es un verso potente de Juan, no necesariamente por su configuración literaria, sino por ser la piedra angular que sostiene la fe en contra de un discurso de resignación; más son los momentos luminosos que aquellos sombríos que inevitablemente el dolor físico y la conciencia de la partida provocan. Marchar a contraluz es el acto inevitable que inicia el primer día, con el primer latido y en ese camino abrazas el amor que conociste aunque no exista, mueres por partes, enloqueces, haces del silencio tu patria y por altoparlante dices: Leo su poema altoparlante

“Un mal día lo tiene cualquiera
pero cuando ese día es la síntesis de los últimos días
la cuestión se complica un poco más.

Las maniobras se transforman en azar.

Hoy me ha costado más que otros momentos.

Lo guardo como un secreto
como una mancha más al tigre que sí hará la diferencia.

Pruebas de acierto-error.

Aquí estamos”.
En medio del dolor está la luz, y aunque te empecines en delatar el cansancio, cada verso de esta obra por sobre todo habla de un estar acompañado, de una feliz resignación, de un dolor con pan suave y ante la inevitable necesidad “de un campo extenso para bien seguir”. Esta la poesía que existe, que se rompe y que a nosotros nos parte en dos.

Sé que otros, con otros dolores, con otras marchas, con otra luz, verán, en esta obra, su propio exilio.


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