Hoy terminé de ver La escafandra y la mariposa
película clásica, al menos para mí.
La vi con un solo ojo —casi en toda la película me vi obligado a cerrar
el ojo derecho por el dolor de ese lado del cuerpo—
y me gustó, esencialmente las imágenes en color que evocaban el estado
del protagonista
el cerrar y abrir los ojos como único movimiento posible.
También vi El hombre del brazo de oro, película para verla más de una vez
por la música, por el tono incriminatorio enmascarado con el jazz.
Por Frank Sinatra y su decisión de ganarle el papel protagonista al
desgraciado de Marlon Brando, por lo acertado de su decisión.
Mis favoritas: El buscavidas y su segunda parte, El
color del dinero
más la primera que la segunda.
Paul Newman, excepcional.
Tanto que por un tiempo me esforcé en aprender a jugar billar.
Iba a los bares que se encontraban por el parque El Ejido
con mi amigo Renato, casi todas las tardes.
—Tus aptitudes dan más para tomar cerveza que para jugar —decía, entre
risas, Renato.
Pronto, muy pronto
se le terminaron las risas a Renato
que solía ganarme
jugando billar con un tanto de altivez.
Una tarde entramos
a un bar nuevo, por el centro de Quito, en una esquina había una mesa de
ping-pong.
Jugamos hasta que
desocupasen las mesas de billar, y resultó que yo jugaba bien.
Más que bien, dijo
Renato.
Después de algún tiempo continué con esta actividad solo
porque Renato tenía cuentas pendientes con la vida
con los negocios que siempre le salían mal
con sus depresiones y sus euforias
con su gran corazón y su fuerza de voluntad.
Jamás he vuelto a ver a aquel amigo de tantas tardes
de extrañas maneras
sigo jugando.
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