Poemas que integran la antología de
poesía ecuatoriana De la ligereza o velocidad que también es perfume, Fondo Editorial del Ministerio de Cultura del Ecuador, Centro Cultural Dulce María Loynaz, 2012.
ARTE POÉTICA
Lucidez
lóbrega. El poema supera al racionalismo del discurso que busca limitarlo.
Renegar con pudoroso atrevimiento. Lanzarse, horadar en elusivo trampantojo. El delirio de la fe indescifrable, incesante, irónica; en la destrucción
una epifanía sin
ningún patetismo. La belleza en eso que dicen fealdad, que dicen vida, que dicen
gancho al hígado.
1
En el talud estaba la respuesta
se resbalaba cadenciosa, se iba, se iba
viva en la sombra de la espera
sin reclamos decía, se decía, alzaba su
voz
hasta que la tierra la convirtió en
pregunta.
Como un calambre fue la felicidad
imprevista reacción del espíritu ante la
eventualidad del diario vivir.
Congelado el brazo, cúmulo de venas
locas por escapar de ese cuerpo vertido en una copa de pastillas.
Que a nadie se culpe de la mutilación,
que nadie alce la mano y diga presente.
La lava está enferma, el ser catatónico
asiente con la voluntad del perseguidor afligido y vestido
de blanco.
En el talud una respuesta se resquebraja
y corta la presencia
un espasmo convierte a la experiencia en
un cuadrilátero sosegado
fantasmales rasgos transforman las
respuestas en mercancía líquida.
2
En la música las lenguas se conforman.
Contenerse o morir, contenerse o
convertirse en otra marioneta,
vomitarlo todo.
La cobardía anuncia una salida, ejecutar
la melodía del adiós se convierte
en un fulgor imposible, el diablo sopla
y existe.
La mentira ha regresado con la última
noticia de TV, el agua turbia se asemeja a un río pobre
al costado, en la orilla un hombre
espera,
su finitud se hace infinita, el agua no
lo limpia.
Comer lastima el sentido, descifrar su
vida lo descoloca aún más.
La tórrida esperanza se convierte en un
esperpento de dientes enormes.
Las cenizas no bailan, el desastre de
sus piernas le hace quedar mal,
sin embargo acaricia ese cabello, ese
rostro que jamás será.
Un ogro que recoge los pasos cada
madrugada borrando de la memoria
los nombres de mujer
las caderas, los culos, los labios.
Un espectro que manda todo al diablo, la
carga en la espalda
como un amasijo de tareas por hacer.
El equilibrio es el delirio del sentido
más frecuente.
La risa cuesta, la cara cuesta, esa
mueca que cruza y hay que atenazarla, vestirte con ella.
La maldad cruje y se aferra, somos eso
nomás. No más.
Aunque algunos decidan cantarle a la
tecnología o increpar a los poetas
o rebuscar entre sus cuadernos
universitarios la tarea que tan bien hicieron.
Insuficiente es la nieve para cubrir
nos.
3
La humedad es mía, hundida en el
recuerdo de la vez que desesperado entré al baño de un hospital y me comí ese
polvo hasta atorarme, hasta volcar
mi garganta en lamentos desparramados
por esas calles rocosas.
La boca se me durmió y luego los dientes
sonrieron, yo sonreí con la sensación siempre ahí
con el cuerpo abriéndose al aullido. Imploré
un descanso y las venas se rompieron como el trago de cada día presagiando
la desdicha de la repetición, un
adelanto de la muerte.
En el espesor de tu conciencia dejé mi
último abrazo. Guardado.
Los hijos son una sombra que no se deja
adjetivar. En ellos lo vital es el intento
la forma de sus brincos, el latir
imperfecto.
El impoluto orgullo de las madres es el
sostén de una divinidad
que explotará tarde o temprano y en
lugar de las risas:
el llanto y las recriminaciones.
Mutilado por dentro, soy testigo de
bocas dulces y amparos motivados por el placer de existir.
4
Cuando la leyenda deje de ser didáctica,
la vida ejemplar del pecado, emergerán seres completamente sucios y vivos.
La letra es la primera impresión de un
individuo, decía mi abuelo,
no puedo mover mis dedos, no puedo
cerrar mis manos
firmar es una odisea
sentir, un holocausto.
Así ha sido esta enfermedad sin nombre.
Así y ya, sin preguntar ni pedir
permiso.
Pocos saben lo que es tener un brazo
muerto, pocos, poquísimos, poquitos.
Y a quién le importa
el mal funcionamiento de venas y
tendones.
La vida nos lleva
víctimas no somos
solo extraños.
Quejarse es caer en la intransigencia de
la voluntad ajena,
exprimir la risa hasta convertirla en
una mueca
fugazmente dichosa e irresponsable.
Tu calidez
circunstancia del desobligo.
El calor del trago en el pecho, la trama
oculta del desagravio.
Tu calidez limita,
abre lo poco que queda.
Era intensa pero falaz
vivía vidas ajenas, contenida en la
molicie de una madre.
Las noches no sirven si las pinta otra
mano enferma.
Denme una bala y lárguense de aquí.
No la nombro ni la pinto, tampoco la
lleno de metáforas.
Una bala atraviesa el recuerdo
esculpiendo en el cuerpo una sutura
en U.
Lo único transformable es la infancia.
El resto: esquirlas de los días en
brazos.
Persigo la vena en mi mano,
la aprieto como si fuese un gusano
y yo sin sal.
Ella ha nacido fuerte y rabiosa, como
sea, me conduce al desasosiego
del dolor.
Camino y el corazón exhala una protesta,
aunque sabe que es tarde.
La cima es la carencia y en ella
desciende el final.
Quisiera volver a ser. O tal vez no. El desenfreno
de la palabra contradice a lo que llama espíritu o al equívoco del cuerpo.
La piedad es el peor defecto de los sin
nombre, confluye la existencia
en un suspiro ajeno.
Entonces la noche nos saboreó distante y
hablamos y decidimos, como viejos perdedores
no escribir para nadie más que para
nosotros (si todavía hay un nosotros).
Nadie más tocará nuestra sangrante
belleza, enajenada, violada y dispuesta a escabullirse.
No reconstruiremos los fragmentos, los
esparciremos por la arena inmunda y brincaremos
sobre ellos como unos malditos
desvergonzados, y luego los soplaremos lejos, lejos, bien lejos; para nada más
encontrarlos en el siguiente
acabose.
5
Más allá del cuadro, del autorretrato no
bulle un personaje, no crece quien brinca de mano en mano.
Detrás del óleo hay una mirada, solo
eso, una mirada
incierta
y
extraviada.
Vemos los cuadros colgados, siniestras
fauces citadinas sucumben
ante la ambivalencia del ser sumergido
en la disyuntiva de sobrevivir.
Vemos los cuadros colgados, la
repetición nunca es la misma.
Enormes cuadros. Diablos. Murales.
Bastidores.
Colgados vemos los cuadros,
colgados nos vamos a buscarnos
otras
heridas.
6
Como en Las Meninas, de Velázquez estoy
en tu espejo
despojo, reflejo, reflujo: tinieblas.
Flujo
discontinuidad
dos no marcan un movimiento
congelan su inicio en el miedo.
El tacto es un pozo, un paso a un estado
abierto.
El olfato maléfico el sentido
un pincel, lazo,
lijar, marcar, perder
tinieblas: un sortilegio perdido en la
oscuridad.
Tacto
olfato
infancia
asolada.
Al final la risa es lo único: frontón,
pared, espada, hastío.
La queja es su contraparte, aunque a
veces se unen, se molestan:
como un entronque para defender a un rey
muerto por anticipado, por avispado, por
mangoneado.
Muerto de la queja, muerto de la risa.
Pero una risa y su doble.
Como la mueca irónica de Jack Nicholson,
como la mueca grotesca de Mickey Rourke.
Una risa que complete el dolor
un dolor que ampara a la risa, sosiego y
arrebato en una sola mueca.
Carencia y abundancia
en una carcajada desmemoriada
frágil, febril, angosta.
La palabra es la descompostura del
sacrificio
equilibrio invisible, caos, late, miel.
La palabra descompone la imagen quebrada
miente por naturaleza extensiva y lunar.
La palabra enferma en la retina y lucha
e intenta ser algo más que una viruta en los ojos de dios.
Solo, sola, solo, sola, solo, no te veo
más que sosteniendo la imposibilidad
del sol entre los poros, en parte
cruje la soledad sin la razón, sola,
sola, sola, única certidumbre bajo un manto intravenosamente
sal.
7
La progenitora de un dios menor sin
ropa.
La progenitora de un dios menor
vestida de rosarios sueña en un dios
mayor
se baña en lo imposible y canta, ordena,
ríe, vigila la carencia, su carencia
hasta acaricia su cabeza cuando no
sueña.
8
Velar
la duda y esperar recatadamente el arrebato, niebla, nube, sal.
Lo
hacen jugando, traviesos en la desidia
y
muere, muere, muere, agoniza, calla, muere, muere, se queja.
La
línea circunspecta de la comunión.
9
Realiza
aquello que más amas. Para conocer bien tu hueso, hay que roerlo, enterrarlo y
desenterrarlo para roerlo más aún. Henry David Thoreau
Amasar el trueno que ha ocasionado el
delirio, la cavidad del grito no dado
en donde la cifra no sirve sino para ser
un cero
a ese refugio que anhela una vida, a la
precariedad de la posesión inconclusa del día.
¿Quién sabe cuántas venas circulan en un
cuerpo?
¿Quién, la cantidad de triglicéridos,
toxinas y más?
Vislumbrar la oscuridad sin nombrarla,
amasar la luz.
¿Qué es la invalidez? Vivir vidas ajenas
en el murmullo de los círculos familiares
el vaivén, el calambre, la dislocación,
nada dicen
uno guarda
sus puños
con descaro.
10
¡Ah
el sórdido, el viscoso templo de lo humano! Leopoldo María
Panero
No hay padre para odiar esta tarde
de jueves.
No hay una identidad que restituir
solo hierba y humo.
No hay, ni siquiera, un desierto
de voces hiriendo el camino.
No hay cómo bailar ni fingirse sano. Ni
seres mitológicos, ni paganos. No hay hijos ni hiedras
no hay labios esperando una verdad.
Una piedra
en la mano
se mueve.
El silencio mina las fuerzas aún más que
un estruendo, ni la pincelada lo libera.
Quemazón de un hielo tan duro como la
piel regada por años de lo mismo.
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