Por Leonardo
Parrini
Siempre que asisto a un recital de poesía, una exposición de pintura o una
performance musical en mi condición de periodista, me siento impelido por la
tentación de buscar el rasgo de verdad en todo aquello. Sera esto porque,
acostumbrado o desacostumbrado, a asistir a montajes de distinta índole y tener
que contar lo que se ve, hay ya como un instinto agudizado de husmear lo real
de aquello que no lo es. Desde las ubicuas parafernalias del poder, hasta las
sencillas representaciones pueblerinas con virgencitas y arcángeles rurales. Todo
aquello adviene en un simbolismo nada distinto de las representaciones
artísticas que vemos en los mass media, en el Internet o los montajes
escenográficos de los performances cotidianos.
Claro que este sencillo y significativo
evento de relanzamiento de la segunda edición del poemario de Juan Secaira No es dicha, dista en su forma,
de ser un montaje para convertirse en un encuentro entre amigos del poeta y de
la poesía. Pero esta historia de hoy además es distinta, porque no he venido en
mi condición de periodista, sino de presentador invitado para reflexionar ante
ustedes acerca de los versos de Secaira y su verisimilitud.
¿Acaso existe una poesía que no es
verdadera, dirán ustedes?
Y me atrevo a responder,
provocadoramente, que sí; y es más, que hay un arte cuyo gesto es inverosímil.
Que me atrevo a sugerir que ese arte y esa poesía, que es un ejercicio de
observancia, y registro, precisamente, no permiten al autor dar consigo mismo,
ni dar cuenta en toda magnitud de su condición más íntima o de su circundante
realidad.
Porque compartimos la idea con
Baudrillard que “vivimos en un mundo de simulación, en un mundo donde la más
alta función del signo consiste en hacer desaparecer la realidad y enmascarar
al mismo tiempo esa desaparición. El arte no hace otra cosa”.
Recordemos por ejemplo la frase de
Platón: «Los poetas mienten». Sin embargo, Platón es quizás el más poeta de
todos los filósofos.
¿Quiere decir esto que el arte y,
en particular la poesía, es un gesto inverosímil, improbable?
Diríamos con Baudrillard, detrás de la
orgía de las imágenes cada cosa se oculta. El mundo se disfraza detrás de la
profusión de las imágenes, como otra forma de ilusión.
Vivimos en un mundo del simulacro de
figuraciones elegantes y mentiras impostoras. Un espectro virtual que invade
todos los aspectos de la vida real en el que el quehacer humano es reemplazado
por un acto de sustitución. La soledad es el espacio que aflige a muchos seres
en la orfandad de un mundo absurdo que ya no encuentra respuestas válidas a sus
angustias.
¿Pero si la poesía es oficio de la
observancia, del andar avizorando, cómo puede extraviar en el camino su misión
dadora de sentido cardinal a las cosas circundantes?
El primer rasgo poético que se advierte
en los versos de Secaira es, precisamente, su poder de permitirle dar consigo
mismo. Una suerte de encuentro eidético, esencial, del poeta con sus sustancias
más verdaderas. Y es que este poeta trabaja con materiales nobles, por
auténticos. Y entre ellos subyace, como un magma en ascenso, la desdicha, el
extrañamiento existencial ante un mundo contrahecho, cual vértigo sartreano que
llama a regurgitar angustias y sinrazones.
Desde que Paul Nizan, otro sartreano por
antonomasia, dejara escrita su amarga sentencia juvenil han pasado algunos
lustros: Yo tenía 20 años y no
permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de esta vida. Todo amenaza a un joven con la ruina:
el amor, las ideas, la pérdida de su familia, su entrada al mundo de los
adultos.
A poco hurgar se advierte que la
historia se repite como tragedia con algunas variantes.
Nizan aludía, no sólo a una rebeldía
sobre un momento histórico, sino a una rebeldía existencial.
Secaira alude al vestigio que nos deja
la desdicha: el dolor es un
ancla, no metáfora de la maldición, dice.
El no categórico y abstracto de Nizan se
ha llenado de sentidos concretos: hoy el capitalismo ya no es el reino
promisorio, es una ideología y un sistema económico que muestra hoy su entraña
más feroz y, al mismo tiempo, más encubierta en la posmodernidad.
Ya no hay patria ni ciudad / ni nada
cobijando miedos / reírse luego escupir/ inventar bromas
Frente a este sistema social de
simulaciones y realidades encubiertas, la poesía no es la simple amonestación
de un acto de fe. Se trata de fomentar y de apoyar determinadas acciones
políticas de transformación social y cultural.
Sin embargo, coincido con Baudrillard
que insiste en que la tarea del
arte y del pensamiento radical es la de hacer el mundo todavía más
ininteligible. Hay que devolver las cosas centuplicadas: eso es el intercambio
simbólico. Hay que devolver más de lo que hemos recibido. Hemos recibido un
mundo ininteligible, tenemos que volverlo más ininteligible todavía.
Si esa es la obsesión por forzar la
realidad, ¿Qué queda entonces a la poesía de un poeta como Secaira?
Pues le
resta el desafío de lo real, de inventar otro mundo, otra escena. Una radical
afirmación de Canetti -cito a Baudrillard- cuando habla del fin de la historia,
alude a que hemos pasado la línea de lo verdadero y falso, donde ya no hay reglas
del juego, continuamos una especie de desconstrucción. Algo similar ocurre con
la poesía.
Esta
noche estamos, precisamente, frente a la tentativa de husmear en la creación
poética de Secaira y vislumbrar si se recuperan dos condiciones claves del
arte: la seducción de lo sensible y el sentido.
Ya se nos dijo que el arte no es nunca
un reflejo mecánico de las condiciones positivas o negativas del mundo, es la
ilusión exacerbada, es su espejo hiperbólico.
Si la poesía explora la insignificancia
del mundo y por medio de sus imágenes contribuye al sentido de ese mundo; en
esa búsqueda reduce las cosas a la abstracción. El arte, en su conjunto, puede
no ser otra cosa que el metalenguaje de la banalidad.
Cuando el neofigurativista Carlos Rosero
pinta sus figuras esperpénticas, me recuerda los versos de Secaira; seres
extraviados en una ciudad sin coordenadas concretas, que puede ser toda ciudad
de este mundo en que el extravío es la constante.
La cerveza viene y va junto con las
miradas / cuerpos caminando por inercia voces transando/
Siempre transando / Todo puede ser
transado hasta la fantasía más bizarra /
La música embala a los clientes / mueven
la cabeza superiores / delfines, lobos, camaleones/
Fingir. Segundo verbo más conjugado de
este lugar.
La enajenación es la forma del
simulacro, porque no es dicha vivir ese universo de productos prefabricados,
artefactos, signos y mercancías, donde las cosas ejercen una función artificial
e irónica por su propia existencia.
Todos estos artefactos, objetos e
imágenes artificiales ejercen sobre nosotros una forma de deslumbramiento fatuo
por la fascinación de los simulacros. Es en ese espacio yermo que la poesía de
Secaira nos devuelve la dicha, la dicha de la lucidez que se pregunta ¿dónde se
ha ido la constelación del sentido? Aquí en estos versos de No es dicha,
tampoco hay un embustero integrado a la bufonería de la mercancía y su puesta
en escena.
Inhalar ausencias derramadas por otros,
para qué / Esa no es la idea /
Desnudo en el desván machaco mis odios.
En esta superproducción de posmodernidad
en la que todos actuamos, en la que cae en descrédito todo ideal de futuro y la
temporalidad histórica se repliega sobre el presente, la poesía de Secaira
restaura el valor simbólico y trascendente de las cosas circundantes, es decir
vuelve al leitmotiv poético de seducirnos en lo sensible y retribuirnos el
sentido de los elementos.
¿Es la suya una poesía de adornos
hiperbólicos?
No, eso no es posible en sus versos. Por
eso el Premio Nacional de Poesía
Jorge Carrera Andrade, año 2012, cayó en buenas manos y en buena lengua.
Palabra necesaria la suya, de versos encontrados a la vuelta de una vivencia
cotidiana.
El estampido nos movió / las ventanas se
vistieron de sangre / cunetazo limpio sordo /
Yo tres años de edad con el presente
roto camino carretea abajo / cadáveres: del único tren de la memoria / en la
humareda unas manos me recogen me vuelven a mi sitio /
Palabras extraviadas confusión del
desastre el verbo sobra cáliz letal accidente/
La posibilidad de un comienzo.
Poesía evocativa y provocativa de
añoranzas y pretéritos perfectos, en que el pasado no regresa anclado a un mero
registro de la memoria, sino que iza velámenes para emprender una travesía
existencial que no está exenta de dolores y desdichas.
Recreada la imagen a partir de la
vivencia, ésta se hace poesía claroscura, vislumbre sombrío, dialéctica de
contrarios, que recrea la poética de Secaira, escrita en un muro en penumbras
donde cuelgan versos de un poeta dolido por un pasado que se escabulle y
escamotea la dicha de un presente de añoranzas urgentes.
Por lo menos he llegado lejos en la vida
/ conozco mis miedos / me sobrepasan
Dijimos hace un tiempo, a propósito del
recital Seis poetas Seis voces, donde Secaira dejó oír la suya: “Asistir a un
recital colectivo de poesía en un mundo de comunicaciones virtuales, discursos
parafrásticos y simulaciones electrónicas es, en definitiva, una tentativa que
bordea la más flagrante utopía. Significa volver a recobrar la fe en la palabra
que busca la emoción, como condición poética esencial.” Y no nos equivocamos.
La palabra poética de Secaira nos
devuelve, por antonomasia, la fe en lo real, sin simulacros. Lo reiteramos una
vez más: Juan Secaira, poeta
del desencanto, el descrédito de lo circundante es lo suyo: Encontrar la belleza en eso que
dicen fealdad. ¿Un antipoeta,
que acorrala al verso en su propia antítesis? Como
un calambre fue la felicidad / Imprevista reacción del espíritu
ante la eventualidad del diario vivir. Su
poesía es la de un vaticinador de antípodas de aquello que no llega a ser: La vida nos lleva / Víctimas
no somos / Solo extraños. Y así vaticina: Nadie más tocará nuestra sangrante
belleza enajenada, violada y dispuesta a escabullirse.
¡Vaya oficio de hurgar y evocar en las
densidades del ser aquello que no fue o será! Aspiración dual de un ser y no
ser que trae consigo esta poesía inhóspita que no se deja habitar fácil por las
emociones del lector, porque está ahí como un presagio, un designio, una verdad
largamente fermentada en la encimas del alma atribulada del poeta. En semejante
trance la poética de Secaira es conmoción y emoción, como diría Ezra Pound.
Cuando el jurado otorga un premio, se
hace eco de las resonancias de un poeta y asume la responsabilidad de
entregárnoslo entero, en sus aciertos y desaciertos. En esa medida, el libro No
es dicha, galardonado en justa lid, no es una obra premeditada, no es un fruto
perfecto, sino un soplo esencial de vida que intenta persuadirnos de que la
poesía es la búsqueda de una emoción a través de la palabra.
La poética de Juan Secaira en su libro No es dicha, vislumbra con
certeza el otro lado de aquello que no es dicha. Insinuante tentativa que, por contraste,
nos remite a un mundo de plenitudes, añorado como una ausencia. Sugestiva promesa trae consigo el instante
poético de No es dicha:
la esperanza gesto desapercibido que
vuela, como atisba Juan Secaira.
Este poeta itinerante, de vislumbre
sombrío que es Juan Secaira, en su segunda edición de No es dicha, que pongo a
consideración de ustedes, nos remite a un reencuentro con una poesía necesaria
y de servicio público. Nunca un gesto privado tiene tanta significancia
colectiva que cuando quien lo ejecuta tiene una clara vocación de servir. ¿Para
qué sirve la poética de Juan Secaira? Pues para alumbrar y vislumbrar el
camino, para destellar entre vericuetos de un mundo absurdo que habitamos
definitivamente solos; lo dicen sus propios versos:
Como si vivir fuera contener la sangre
hasta que a borbotones explote.
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